Por Deborah Buiza
En el desayuno compartía la mesa con gente que no conocía: todos hablábamos de cualquier tema cuando uno de ellos sacó su tupper con una ensalada de pollo con lechuga y jitomate que al vaciarla en el plato quedó preciosa. Una comensal lo notó de inmediato:
—¡Ay, qué bárbaro, desayunando ensalada! ¡Yo no podría!
Silencio incómodo de dos segundos, risitas ligadas a la tensión, y el dueño de la ensalada respondió con una mezcla de vergüenza y resignación:
—Sí, ya sé… ya estoy acostumbrado a que me hagan burla por eso.
El tema de conversación se volvió sobre comida.
Parte de la charla casual con la que nos distraemos o conectamos incluye compartir lo que nos gusta o no nos gusta comer. Y ahí no habría problema si se respetara los gustos ajenos. Pero ¿qué pasa cuando juzgamos y criticamos —con severidad— lo que otros comen o prefieren comer?
Me gusta la expresión “no se habla del plato ajeno”. Seamos sinceros: si no eres el médico de esa persona, o eres el cuidador de un menor, o tienes a un adulto mayor bajo tu cuidado, o incluso eres un profesional en hábitos alimenticios… tu opinión sobre el plato frente a ti no es tu competencia. En otras palabras, ¿qué aporta tu comentario —por lo general negativo— al respecto?
«¿Te vas a comer eso?» —dicho con burla, sarcasmo o juicio— puede desencadenar en el otro vergüenza, culpa, tristeza, enojo… emociones innecesarias mientras la persona hace una cosa tan básica como comer.
Por un momento, considera que no solo estás opinando sobre un plato de comida, sino que estás criticando al “dueño” de ese plato. Detrás de nuestras decisiones alimentarias hay infinidad de factores que desconocemos, por lo que una ensalada en el desayuno no es solo eso, siempre hay una razón por la que eligió comer así y eso no nos debería generar una opinión y mucho menos un comentario que aunque parezca inocente pueda herir a la persona.
Entonces, seamos menos entrometidos y más amables… ¡Cada uno a su plato!
Infórmate sobre buenos hábitos alimenticios y lo que realmente necesitas según tu vida y contextos. Observa lo que hay en tu plato, pregunta por qué está ahí, por qué elegiste esos alimentos y no otros. Interrógate: ¿incluiste carbohidratos, frutas, verduras, grasas, macronutrientes…?
Cada uno a su plato. Observar lo que comemos —y dejamos de comer—, cuidarnos y no estar pendientes de lo que comen los demás puede traer mejores resultados a nuestra salud.
¿Y tú? ¿Criticas el plato ajeno antes de mirar lo que tienes en el tuyo?