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Y la civilidad apareció en aquel instante

Redacción Por Redacción
19 julio, 2025
en Rodolfo Villarreal Ríos
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Rodolfo Villarreal Ríos

 

Ayer, recordábamos que se conmemoraban 153 años del fallecimiento del Estadista Benito Pablo Juárez García. Mientras lo hacíamos en nuestra mente revoloteaba una pregunta: ¿Cómo reaccionaron ante el evento quienes eran sus enemigos y/o rivales? Recordemos que el último gobierno de quien construyó nuestra Nación, se vio envuelto en cuestionamientos de todos tipos provenientes tanto de aliados antiguos, al igual que de los miembros resentidos de la Iglesia Católica quienes nunca le perdonaron, ni lo harán, que les finiquitara su monopolio de más de tres siglos. En ese contexto, nos fuimos a revisar un par de publicaciones. Una era llamada El Siglo Diez y Nueve, la otra El Defensor Católico. Revisemos los textos aparecidos en las páginas de esos diarios en relación con el deceso del Estadista.

En su edición del viernes 19 de julio de 1872, en la primera plana de El Siglo Diez y Nueve titulaba su editorial “El C. Lic. Benito Juárez, Presidente de la República”. Antes de reproducir el texto, hemos de mencionar que quienes elaboraban éste periódico fueron críticos acérrimos del oaxaqueño durante los años previos. La nota daba inicio indicando: “Anoche a las once y media falleció el primer magistrado de la república, a consecuencia de un tercer ataque de la enfermedad que venía padeciendo hace algunos años. La elevada posición que en la jerarquía política ocupaba el C. Juárez, explica por sí sola la profunda sensación que semejante noticia ha causado en la capital, la misma que causará hasta en los últimos confines del país”. Sin tirarse al piso, los divergentes reconocían la importancia del hecho y reflexionaban al respecto.

“El ciudadano cuyo nombre hace veinticuatro horas apenas, significaba nada menos que un partido político, rudamente combatido por poderosos adversarios, hoy no es más que un yerto cadáver, ante el cuál surgen los más graves pensamientos sobre lo fugitivo de la vida humana, sobre la inestabilidad de sus grandezas, y sobre el misteriosos destino de algunos hombres”. Vaya palabras llenas de verdad, mismas que quienes ostentan en un momento dado posiciones de poder llegan a olvidar. A continuación, mientras invocaba la civilidad, la editorial especulaba acerca de cómo Juárez sería recordado por la historia.

“Ante esa tumba que se acaba de abrir, todas las pasiones enmudecen. La persona política del C. Juárez pertenece de hoy más a la historia, cuyo buril inflexible y severo le asignará el lugar que de derecho le corresponde, siendo incuestionable que su recuerdo vivirá siempre en México por hallarse ligado con dos de las épocas más importantes de nuestra vida pública”. Y, dado que no era tiempo de echarse para atrás, los redactores de El Siglo reconocían sus opiniones acerca del gobierno del Estadista de origen oaxaqueño.

“Nosotros que combatimos lealmente el último período de su administración por los errores que, en nuestro concepto, se cometieron, jamás desconocimos los servicios que el C. Juárez prestó a la causa de la democracia y de la independencia, viendo siempre en el uno de los caracteres privilegiados, de un temple enérgico para luchar y sobreponerse a las situaciones más difíciles”. Ni quien pueda pedir una postura más balanceada. Pero con toda la grandeza de Juárez García, su deceso no era el fin de la Nación y era el momento de preocuparse por lo que habría de venir

Enfatizaban: “Por lo demás, la muerte del C. Juárez en las circunstancias que atraviesa la República, tiene que ser un suceso de mayores trascendencias. Se ve desde luego la gran superioridad de las instituciones que nos rigen. Ninguna duda, ninguna vacilación sobre el funcionario que hubiera de ocupar la primera magistratura de la nación; la ley ha previsto el caso, y el presidente de la Suprema Corte de Justicia ha pasado a ocupar el puesto a que es llamado por la Constitución de la República”. En el corto plazo, la prevalencia de las instituciones nos salvaba del caos. Ello, sin embargo, no era garantía eterna, aun cuando se esperaba que nada de eso sucediera.

En ese contexto, se afirmaba: “Sin adelantarnos a los acontecimientos, creemos poder decir que la crisis actual llegará a desenlazarse de una manera natural y pacífica. Ya la revolución no tiene razón de ser; todo pretexto ha desaparecido; pudiendo los diversos partidos políticos luchar en el terreno legal que se les abre. ¡Ojalá que la experiencia tan duramente adquirida en estos últimos años sea provechosa para el porvenir redundando en bien del pueblo y de las sabias instituciones que nos rigen!”. Desafortunadamente, los redactores de El Siglo mostraron que eso de adivinar el futuro no era su fuerte, las apetencias de poder son capaces de hacer añicos cualquier predicción. Pero mientras el porvenir llegaba, en el presente de entonces mostraban su civilidad.

Quienes firmaban el escrito no se ocultaban en las sombras e imprimían el nombre de quienes lo suscribían. José María Vigil, Julio Zárate, Emilio Velasco, Jesús Castañeda, Agustín R. González y Pedro Landázuri señalaban: “Hoy, nos apresuramos a cerrar estas cortas líneas manifestando nuestro sincero sentimiento a la digna familia del C. Juárez y haciendo votos por el eterno descanso del distinguido caudillo de la Reforma”. Ahora vayamos a revisar la forma en que los acólitos de la curia presentaban la noticia.

En la edición del 20 de julio de 1872, el diario El Defensor Católico, que se identificaba como Periódico de Religión, Política, Ciencias y Bellas Letras, daba a conocer el hecho tratando de aparecer lo más neutral posible, aun cuando el rabo le asomaba por debajo de la sotana. La nota la relegaban a la última columna de la página segunda bajo un título que se leía: “Gacetilla” y subtitulaba “El Sr. D. Benito Juárez.” Nótese que no se le daba el tratamiento de presidente de la república. Pero, eso era entendible ya que los resquemores no podían dejarlos atrás. Procedamos a repasar el texto.,

“Antes de ayer, a las once y media de la noche, y a consecuencia de la afección del corazón que ya otra vez había puesto en peligro su vida, ha fallecido casi repentinamente el Sr. Presidente de la República. Ninguno de los habitantes de la capital de la capital podía suponer que los cañonazos disparados a las cinco de la mañana, anunciaran la terminación de la vida corporal y política del Sr, Juárez”. Siempre presente su perspectiva religiosa, la nota continuaba.

“¡Misterios inescrutables de la Providencia! El Presidente de la República tenía la costumbre de estar todas las mañanas a las seis en la presidencia para comenzar el despacho de los negocios importantes del país”. Antes de seguir, hemos de apuntar, muchísimos años después, otros han tratado de imitar esa actitud, pero al parecer solamente lo han hecho para ir a la “chorcha” pues terminan por no enterarse de nada, ni mucho menos de resolver problemas. Pero retornemos a 1872 cuando El Defensor, sorprendido, indicaba que aquel jueves 18 de julio, el presidente “no concurrió a la hora acostumbrada y llamándole esto la atención a su secretario particular [Darío Balandrano] pasó a informarse a la casa del presidente.

Éste mismo, aún en la cama, le dijo al Sr. [Pedro Antonio] Santacilia [y Palacios], que se sentía indispuesto y con dificultad para respirar, y se quejó de un ligero dolor que parecía reumático en una rodilla. Tan no creía el Sr. Juárez que su estado fuese grave, que había citado al Sr. [Ignacio] Alatorre [Riva] para conferenciar con él la mañana de ayer, y prohibió a la redacción de El Diario Oficial que se diese noticia alguna de su mal estado de salud”. Nada de andar victimizándose, esa costumbre no era de las que gustara de adoptar el Estadista.

“Más la enfermedad avanzó, y en la noche, como hemos dicho, dejó de existir. A las once y treinta y cinco minutos, poco después del fallecimiento, el Sr. Ministro de la Guerra D. [Ignacio Luis Antonio] Mejía [Fernández de Arteaga] pasó a la casa del Sr. [Sebastián] Lerdo [De Tejada y Corral], actual presidente de la república, a participarle tan inesperado acontecimiento que sorprendió realmente al antiguo amigo del Sr. Juárez. El Sr. Lerdo ocurrió inmediatamente a la casa, y en presencia de varios profesores en medicina, entre ellos D. Gabino [Eleuterio Juan Nepomuceno] Barreda [Flores–Alatorre], hicieron cuantas pruebas científicas fueran posibles para cerciorarse de la muerte; recurriendo hasta los cauterios y la respuesta unánime fue: ¡Está muerto!” Reconociendo que el suceso generaba incertidumbre, se mostraba confianza en que no hubiera problema mayor.

En el contexto de lo anterior, enfatizaba: “¡Cuántas consideraciones, cuántas ideas no se agolpan a la cabeza tan inesperado suceso! En presencia de él, es preciso que toda lucha política cese, y que nada que se prevea extemporáneamente; algunos temen serios trastornos; pero esta idea verdaderamente ligera, no debí ni haber anunciado, cuando aún está caliente el cadáver del pasado presidente y el que le sustituye, hombre de capacidad y de la ilustración, no podrá en estos tres o cuatro días, indicar la policía que habrá de seguir”. Independientemente del titular, nada había que señalar al contenido de la nota que fue desarrollado dentro de la civilidad sin dar pie a exhibir resquemores.

En julio de 1872, aún era factible que la civilidad prevaleciera. Acontecimientos como el ocurrido pudo haber dado pie para que algunos salieran a verter sus frustraciones y resquemores. Sin embargo, supieron guardar, para después, las diferencias y comportarse dentro del marco de lo razonable. Nadie podía negar que muchos eran los aspirantes a llenar el hueco que dejaba quien había construido la Nación. Desafortunadamente, esa civilidad no prevalecería por mucho tiempo. No obstante que las apetencias de poder y revanchismo pronto aparecerían, la figura del Estadista Benito Pablo Juárez García habría de convertirse en el punto de referencia para todos los gobernantes durante los años por venir. Algunos, creyeron que podían imitarlo y terminaron por convertirse en una parodia dando pie a la leyenda de la levita, una prenda que todos creen que pueden vestir pero al no dar la talla terminan por exhibir una carencia absoluta de civilidad que los convierte en una caricatura*. vimarisch53@hotmail.com

Añadido (25.29.99) Ayer, al momento de escribir esta colaboración, todo el tiempo estuvo presente lo acontecido hace nueve años. Tu recuerdo perene, se intensificó. Hasta el sitio en el cual El Gran Arquitecto haya decidido ubicarte, plenos de nostalgia, van mis pensamientos para ti, Doña Estela.

Añadido (25.29.100) El presidente don Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958) mencionó en alguna ocasión: “La palabra presidencial debe de ser muy reflexionada, muy pensada, muy medida, muy bien dicha y pronunciada muy de vez en cuando para que surta sus efectos”. Pero se nos olvidaba que él era uno de esos gobernantes priístas malísimos quienes solamente eran capaces de generar las circunstancias para que la economía creciera a una tasa promedio anual de poco más del seis por ciento. Ofrecemos una disculpa por invocar las palabras de uno de aquellos malos ejemplos en estos días de progreso exuberante, abundancia plena, democracia reluciente y sobriedad institucional.

Añadido (25.29.101). Cada vez que el presidente Trump impone un arancel a los productos que importan de México, aquí brotan por cientos los preocupados porque los ciudadanos estadunidenses habrán de pagar más por los bienes que compran. Los consumidores al norte del Bravo deben de estar muy agradecidos por tener quien busque cuidar que les alcance el salario. Ojalá y algún día los mexicanos lleguemos a contar con “preocupones” de tal envergadura.
Añadido (25.29 102) La solución la tienen en sus manos y nada tiene que ver con asuntos económicos, pero…

Añadido (25.29.103) Por un instante, imaginamos que se aparecía el trenecito. El Teatro Fantástico más presente que nunca. Para los niños, los papás de los niños y los papás de los papás de los niños.

*Nota: Lector amable, en caso de que el tópico de la levita le despierte curiosidad, recomendamos la lectura del relato “La Leyenda de una Casaca”, publicada en Treinta y cuatro relato mágicos de un cuentista fantasmagórico e historiador (2023) de la autoría de este escribidor.

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