Juan Luis Parra
El mito del Capitán América se cae. El uniforme ya no protege. Fort Bragg, templo del heroísmo militar estadounidense, esconde un secreto que huele a narcos. Lo que empezó como una investigación sobre dos soldados asesinados en 2020 ha terminado por destapar una presunta red de tráfico de drogas y armas que conecta directamente a los Zetas con elementos de las fuerzas especiales de Estados Unidos. Y eso apenas es el principio, se advierte.
Seth Harp, periodista de Rolling Stone y autor del próximo libro The Fort Bragg Cartel, ha diseccionado uno de los escándalos más peligrosos para la narrativa estadounidense del bien y del mal. Su trabajo revelará nombres, fechas y cifras. Lo que promete es descoser el uniforme militar americano y mostrar la carne podrida debajo.
Los nombres: William “Billy” Lavigne II y Timothy Dumas. Ambos soldados de élite. Ambos traficantes. Ambos con intenciones de escribir un libro que contara todo lo que sabían del crimen dentro de las Fuerzas Especiales y ambos asesinados de forma profesional.
Nadie ha sido condenado. Y nadie, realmente, parece sorprendido.
Harp sigue el rastro de Freddie Huff, un ex policía que terminó convertido en el principal distribuidor de cocaína de la familia Treviño Morales, líderes históricos de Los Zetas, en Carolina del Norte. Huff había construido una carrera impecable como oficial K9, reconocido por su habilidad para detectar cargamentos ocultos de dinero y droga durante patrullajes de rutina. Pero en 2014, todo se vino abajo. Detuvo por conducir ebrio a un ejecutivo de seguros vinculado al entonces gobernador de Carolina del Norte. El detenido lo amenazó con destruir su carrera, y cumplió: Huff fue despedido días después por una excusa mínima, acusado de haber vendido un par de zapatos del estado en eBay. Esa injusticia lo marcó. Se quedó sin trabajo, sin certificaciones, sin reputación. Recordó entonces las palabras de un viejo analista de la DEA que le advirtió que todo su trabajo era en vano, que el sistema nunca quiso detener el tráfico de drogas, sino controlarlo.
Con esto, Huff se convenció de que si el juego estaba manipulado desde arriba, él iba a usar todo lo que sabía para jugar para ganar desde abajo. Y así fue como terminó trabajando para los Zetas.
Exagente de la DEA Freddie Huff y el sargento de los Marines Rahain Deriggs posan con armas militares robadas de Fort Bragg y dinero del tráfico de cocaína con Los Zetas.
Huff creó una red que funcionaba como un espejo oscuro del propio Estado: ex militares, ex marines, exagentes, todos con entrenamiento oficial, todos al servicio de los Zetas. Lavaban dinero con electrodomésticos, ocultaban cocaína en almacenes disfrazados de negocios legales y usaban trucos aprendidos de la DEA para evitar la DEA. Eran profesionales. Y tenían, por supuesto, la llave maestra: Fort Bragg.
Fue Dumas quien conectó a Huff con un grupo clandestino de soldados que traficaban drogas y armas desde adentro de la base. No eran reclutas ingenuos. Eran veteranos de guerra, entrenados para matar, que habían traído de Afganistán traumas, y también opiáceos. Los vendían dentro y fuera de la base. Controlaban el negocio. Y cuando era necesario, mataban.
No se trata solo de cocaína. Se trata de C4, rifles, granadas. Se trata de arsenales que desaparecen de los inventarios del Ejército para aparecer en manos del narco en México. Se trata de soldados estadounidenses que se convirtieron en traficantes al por mayor. Y de una institución que elige mirar hacia otro lado, incluso cuando los muertos aparecen dentro de sus propios terrenos.
Todo esto está documentado. Huff tenía contactos. Tenía nombres. Incluso guardaba una carta escrita por Dumas, un tipo de “botón de emergencia”, donde detallaba la red militar de tráfico de drogas con nombres y rangos. Una amenaza para chantajear al sistema si le quitaban su pensión. Una prueba que podía haber sido su salvación. O su sentencia de muerte.
El libro de Harp promete ir todavía más lejos. Mostrar cómo los Zetas cruzan armas desde el norte, y que las compran directamente del corazón del complejo militar estadounidense. Que los Treviño no aprendieron a matar en el monte. Aprendieron en Fort Bragg. Entrenados por los mismos que luego los señalan como el enemigo.
La narrativa oficial de la administración Trump dice que el narco mexicano es el villano. Que Estados Unidos es la víctima. Que las armas vienen de allá, pero la moral viene de aquí. ¿Qué hará el sistema estadounidense cuando el libro The Fort Bragg Cartel exponga que muchas de esas armas vienen de sus propias manos?
¿Seguirán culpando a México mientras entregan el arsenal en bandeja?
Se vienen semanas cruciales para el equipo de la presidenta Sheinbaum. Más les vale llegar preparados. El libro de Harp puede convertirse en un arma diplomática: una prueba incómoda, directa, escrita por un estadounidense, que demuestra que muchas de las armas del narco en México cruzan la frontera, como tanto acusan los del gobierno mexicano.
¿Van a seguir soportando los regaños de Washington o van a usar esta versión como moneda de negociación frente a Trump? Sería un buen momento para llamarle a Mr. Harp.