Magno Garcimarrero
Cuenta la historia… o quizá más propiamente, cuenta la leyenda que, el Papa Liborio recibió en el año 358 el mensaje (Gmail) de la Virgen María, informándole que deseaba que se construyera un gran templo a su dedicación, mero en una de las 7 colinas de Roma, y que la señal divina sería una nevada en pleno verano. La nevada milagrosa ocurrió precisamente el 5 de agosto de ese año, tal como lo advirtió María y, Liborio demarcó el lugar de la edificación de la basílica de Santa María de las Nieves en la colina del Esquilino.
La construcción duró muchos años, dio tiempo para que en el 431 el Concilio de Éfeso declarara a María: “Madre de Dios” y se importara desde “tierra santa” “El Pesebre” (un fragmento) donde se ha dicho siempre que nació Jesús, y se tuviera ahí como reliquia confirmatoria de la maternidad de la Virgen de las Nieves.
Con el tiempo y la evolución de las verdades desplazando las creencias míticas, se tuvo como increíble la nevada y, se le cambió el nombre al templo llamándolo Santa María la Mayor.
En el reinado de los reyes católicos, siendo tan fanáticos y tan ricos… (“Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando”), tuvieron la fortuna para comprarle las indulgencias necesarias al Papa Alejandro VI (Borgia), de infausta memoria, enviándole la primera carga de oro extraído en el nuevo mundo. Con ese oro laminado, se doró el bajo-techo artesanado de la Basílica.
Cada 5 de agosto se conmemora la erección de ese templo, mediante la derrama de pétalos blancos desde un hueco del techo artesanado, simulando aquella mítica nevada con que María señaló el tiempo y lugar para su adoración.
Pue´que la compra de indulgencias, nos alcance también a los que ahora pisamos tierra americana… ¡Estamos salvos!
M. G.