En la conferencia “México IA: Inversión Acelerada” organizada por el CCE el pasado 29 de julio de 2025, Marcelo Ebrard anunció que México desarrollará su propio lenguaje de inteligencia artificial, con elementos de “identidad cultural” y “lenguas indígenas”. El proyecto tendrá el respaldo de NVIDIA, líder mundial en procesadores gráficos y creadora de CUDA, la arquitectura que mueve la IA seria. Sobre el papel suena ambicioso; en la realidad mexicana, suena a algo que podría terminar como otro proyecto inflado para fines de propaganda política… o como una herramienta más de control estatal.
El plan forma parte de Latam-GPT, junto con Chile, y promete llegar a más de cinco millones de estudiantes universitarios y otras tantas empresas. México ya tiene músculo en infraestructura: 166 data centers en operación, 73 más en construcción, más de 9 mil millones de dólares en inversión directa y un impacto económico indirecto estimado en 27,576 millones. Cifras que nos colocan como un hub de datos líder en América Latina. Pero aquí es donde viene el matiz incómodo: el problema, y aquí coincido con quienes lo señalan, es que en México los grandes proyectos tecnológicos tienden a convertirse en elefantes blancos, en propaganda o en herramientas de control político.
No tenemos un historial positivo en invertir de forma sostenida en I+D: seguimos destinando menos de la tristísima cantidad de 0.5% del PIB a ciencia y tecnología, lejos del 2% recomendado por la UNESCO para países que quieren competir en serio. Y mientras tanto, gran parte de nuestro talento en IA termina trabajando para el extranjero: en 2024, más del 35% de los investigadores mexicanos especializados ya estaba empleado fuera del país.
Aunque NVIDIA ha destacado la relevancia de que México desarrolle capacidades propias en inteligencia artificial, no ha emitido una postura pública sobre su uso político. Sin embargo, el riesgo es evidente: mientras se anuncia la “IA mexicana”, el gobierno está aprobando reformas que reconfiguran telecomunicaciones, medios digitales y radiodifusión. Oficialmente, para agilizar trámites y promover inclusión digital. Extraoficialmente, expertos llevan meses advirtiendo que estas medidas podrían derivar en control de datos biométricos, restricción de contenidos y una libertad de expresión condicionada.
La experiencia internacional debería servirnos de advertencia. China utiliza IA y big data para alimentar su sistema de “crédito social”; Rusia, para censurar y vigilar; incluso democracias como India han sido señaladas por usar tecnología para vigilar opositores. En México ya sabemos cómo se usan las redes sociales para difundir medias verdades y fabricar patriotismo barato; poner una IA bajo control político sería darle a esa maquinaria esteroides.
Mientras tanto, otros países están avanzando rápidamente. Estados Unidos invierte más de 67 mil millones de dólares al año en IA; China, 14 mil millones. En América Latina, Brasil destina 2,200 millones y Chile, con mucho menos PIB que México, ya invierte proporcionalmente más en investigación y desarrollo.
Si de verdad queremos sumarnos al grupo de países que usan IA para impulsar innovación y competitividad, como Suiza, Suecia, EE.UU., Reino Unido y Singapur, se debe hacer un trabajo serio: centros de investigación en tecnologías estratégicas, incentivos fiscales reales para empresas que inviertan en I+D, programas educativos alineados a la industria y adopción masiva de nuevas tecnologías en sectores estratégicos como finanzas, retail y manufactura.
La soberanía tecnológica no se construye con “toques culturales” en los algoritmos de IA. Se construye con inversión constante, talento libre y reglas claras que fomenten innovación sin la sombra del control político. Puede ser que la IA mexicana sea el salto histórico que necesitamos… pero la historia nos dice que será el próximo elefante blanco para justificar gasto y vigilancia estatal.
Y, siendo realista y conociendo cómo son las cosas en nuestro país, lo más probable es que el algoritmo no termine hablando con identidad cultural, sino repitiendo el guion que escribe el grupo político en el poder, callando la crítica y diciéndonos que todo va muy bien… aunque la realidad nos diga lo contrario.