Por José Alberto Sánchez Nava
“Cuando un tribunal se arrodilla frente al poder, la justicia deja de ser equilibrio y se convierte en servidumbre.”
1.-El origen viciado. La sesión del Tribunal Electoral en la que se discutió la nulidad de la elección judicial no comenzó ayer. Su raíz está en las reformas constitucionales que, con la bandera de la “democratización del Poder Judicial”, impusieron un modelo contrario al espíritu republicano. La democracia no es plebiscito eterno ni urna convertida en tótem: es contrapeso, límite y equilibrio. Convertir al Poder Judicial en botín electoral fue, desde el inicio, un fraude a la República.
2.-El acordeón como metáfora nacional. La ponencia del magistrado Reyes Rodríguez Mondragón expuso con serenidad y rigor lo que parecía increíble: acordeones repartidos a los electores para dictar cómo debían votar. No se trataba de recomendaciones, sino de instrucciones precisas. Una intromisión tan burda que degrada el proceso a caricatura: ministros elegidos como alumnos tramposos en un examen escolar.
El magistrado lo dijo con claridad: esas pruebas no son anécdotas menores, son evidencia material de un fraude institucional. El acordeón dejó de ser papel reciclado: se convirtió en el epitafio de la autonomía judicial.
3.-La presidencia descompuesta. Mientras Reyes desplegaba argumentos, la magistrada presidenta Soto exhibió arrogancia y desdén. Su actitud —interrumpiendo, descalificando, ridiculizando— reflejó el verdadero rostro de un Tribunal que ya no se debe a la Constitución, sino al poder que lo controla. No defendió la justicia: defendió la consigna. La toga, ayer, no vistió magistratura: disfrazó servidumbre.
4.-La República mutilada. El núcleo de toda República es la división de poderes. Lo que vimos en esa sesión fue la demolición de esa columna. El Tribunal Electoral, árbitro supremo de la democracia, renunció a su papel de garante y aceptó el papel de comparsa. Con ello, las elecciones dejan de ser certeza y se convierten en simulacro. Lo que se perdió no fue una votación judicial: fue la confianza en que el Estado de Derecho aún respiraba.
5.-Comparativas internacionales: espejos que incomodan.
Polonia: el control del Tribunal Constitucional inició la deriva autoritaria.
Venezuela: la subordinación del Supremo Tribunal convirtió la democracia en decorado hueco.
Turquía: la captura judicial legitimó la represión.
México, hoy, se refleja en esos espejos. Con un agravante: aquí la demolición se transmitió en vivo, como espectáculo público, para normalizar la tragedia.
6.-Consecuencias inmediatas.
Institucionales: el árbitro electoral ha perdido autoridad; sus fallos serán vistos como órdenes del poder.
Sociales: el descrédito profundizará la apatía y la incredulidad ciudadana.
Políticas: el poder central adquiere carta blanca para colonizar al Poder Judicial.
Históricas: este será recordado como el día en que la República dejó de simular contrapesos y asumió su sometimiento absoluto.
7.- El llamado.
Lo que ayer presenciamos no fue un debate jurídico: fue la confesión pública de que el sistema ha sido secuestrado. Y si los ciudadanos creemos que esto es un problema solo de magistrados, nos equivocamos: el día que la justicia deja de ser independiente, nadie está a salvo.
La historia lo enseña: cuando Polonia, Venezuela o Turquía permitieron que sus tribunales fueran tomados, lo que siguió no fueron más elecciones libres, sino cadenas más pesadas.
Hoy México se enfrenta a la misma encrucijada. Callar es normalizar. Aceptar es rendirse. Resistir es la única forma de seguir llamándonos República.
El acordeón no debe quedar como chisme parlamentario ni como burla estudiantil. Debe quedar como advertencia nacional. Porque el día que los mexicanos nos acostumbremos a que la justicia se dicte con trampas de papel, ese día habremos firmado —sin tinta y sin conciencia— la nulidad de la Nación misma.