Luis Farías Mackey
Hay algo en que estos que ocupan el poder se distinguen de los de su odiado PRI. No pretendo comparar peras con manzanas, pero sí de explicitar un contexto. El régimen revolucionario surgió de las contradicciones nacionales exacerbadas durante la guerra civil y puestas contra las cuerdas con las rebeliones militares. Era una circunstancia ensimismada en México y por muchos años ajena al exterior. El compromiso era para con México y los mexicanos. De allí la escuela pública, el alfabetismo, la salud, la infraestructura hospitalaria y caminera, y una organización política que, aunque cerrada, era plural y hasta cierto punto tolerante.
No digo que fuese el paraíso terrenal y que todo estuviese bien, pero en el centro estaba el mexicano de carne y hueso.
Hoy el contexto es diferente: ya no es el ciudadano el motivo de los desvelos del poder, sino el poder disfrazado de “pueblo”, en tanto expresión excluyente de las posiciones contrarias al grupo apropiado del poder público, y ya no es México como producto de una gesta histórica, sino un pacto de izquierdas, conocido como de Sau Paulo, donde antes que ver por las grandes franjas de mexicanos y por México mismo, se prefiere cumplir compromisos ocultos, pero inocultables, con dictaduras populistas como Cuba, Nicaragua y Venezuela, principal, más no solamente.
Que regalemos petróleo, gasolina, libros de texto, alimentos y sabrá Dios qué tantas otras cosas a dictaduras latinoamericanas en perjuicio de los mexicanos, que en lugar de rescatar la infraestructura hospitalaria, los servicios de salud y el surtimiento de medicinas, que paguemos a médico cubanos que nadie sabe qué hacen y dónde están y, finalmente, que hayamos construido con dictadores un acuerdo que pudiese involucrar tráfico de estupefacientes y lavado de dinero es, además, de imperdonable, apátrida.