José Luis Parra
Alfonso Durazo no quiere esperar sentado. Sabe que en política el que se duerme no sólo pierde, también queda como florero decorativo. Por eso el gobernador de Sonora, con su proverbial tono de maestro sabio que se las sabe todas, se mueve como si ya estuviera empacando para Bucareli. Aunque Claudia Sheinbaum ha dicho que no hará cambios en su gabinete “por ahora”, Durazo no oye lo que se dice. O escucha otra cosa. O simplemente no le interesa.
A espaldas de las cámaras y de frente a los operadores de la 4T, el sonorense ya inició su campaña. Pero no es electoral. Es una cruzada de cabildeo para posicionarse como el próximo secretario de Gobernación. Su target no son los ciudadanos, sino los gobernadores de Morena, senadores y diputados federales, a quienes promete lo que en política mueve montañas: atención personalizada, trato preferencial y una silla más acolchonada en la mesa del poder.
Se vende como el componedor de fracturas, el intérprete del AMLOísmo en clave Claudia, el que puede traducir entre Palacio Nacional y Palenque Y lo peor —o lo mejor, según se vea— es que no está tan equivocado. La presidenta tiene alrededor más emoción que oficio. Y Durazo, con sus años de operador colosista, puede parecerle a más de uno como el adulto responsable de una guardería morenista en plena hora de recreo.
A Claudia le manda mensajes diarios. No memes ni stickers: artículos, informes, recomendaciones, sugerencias, diagnósticos. Si por él fuera, también recetas y horóscopos. La idea es clara: posicionarse como el asesor invisible, el hombre sabio que susurra al oído del poder.
A los gobernadores les dice que su tiempo de ambiciones ya pasó, que lo único que quiere es retirarse con dignidad y aportar a la patria desde una oficina con vista a Bucareli. Pero nadie le cree. Porque en política nadie se retira. Se reciclan. O se suben al siguiente vagón.
En sus pláticas privadas desliza que Sheinbaum no tiene a nadie con la experiencia para tejer fino en las entrañas del poder. Nadie que equilibre las amistades con las habilidades. “¿Quién tiene más oficio que yo?”, parece decir mientras se acomoda el saco.
Sobre Andy López Beltrán, lanza una frase cargada de cianuro con envoltura de miel: “Es valioso, pero debería enfocarse en la Ciudad de México”. Traducción: que no se meta donde no lo llaman. Que el poder es de los grandes, no de los hijos de papi.
Y cuando algún gobernador le recuerda que las encuestas ya pintan de azul al 2027 en Sonora, Durazo levanta una ceja y responde: “No iría por Segob si no tuviera controlado el estado”. Como quien dice, si pierdo, ni vayan a buscarme.
El punto de quiebre, según su lectura, será cuando Sheinbaum cumpla un año en la silla grande. Ahí, con la economía en verde y Trump calmado —según sus cuentas—, la presidenta tendrá el oxígeno para demostrar que el poder ya es suyo. Que no necesita ni tutelas ni fantasmas del sexenio pasado. Y ahí, justo ahí, es donde Durazo ve su oportunidad.
No es nuevo en eso de moverse entre las sombras para tomar el reflector. Lo ha hecho antes. La diferencia es que ahora le queda poco tiempo y poco margen. Pero le sobra ambición, y en política eso puede ser suficiente.
Porque si Bucareli llama, Durazo ya está listo para contestar.