Luis Farías Mackey
En 1977 el Estado mexicano admitió que el diseño y funcionamiento de nuestro sistema político era ya insuficiente para la pluralidad y complejidad nacionales. En un esfuerzo honesto, llevó a cabo una profunda reforma política que aperturó nuevos espacios y entendimientos, instauró un clima de avenencia política y enriqueció la representación política con los diputados de representación proporcional. Siendo éstos para atemperar la sobrerrepresentación del sistema de mayoría relativa, es decir, del PRI, en la vía plurinominal no jugaba éste, de suerte de asegurarles a las oposiciones en su conjunto, cuando menos, el 25 por ciento de la Cámara de Diputados.
En 1986, De la Madrid, que nada entendía de política y menos de elecciones, dejó deshacer a Manuel Bartlett desde Gobernación con una contrarreforma que permitió al PRI jugar en ambas vías, suprimió la boleta de representación proporcional para evitar los votos cruzados y prostituyó todo el diseño convirtiendo la representación proporcional, de un correctivo a la sobrerrepresentación, a un instrumento de ella, por la cual, bajo la llamada cláusula de gobernabilidad, el PRI se aseguraba la mayoría absoluta, si no la alcanzaba.
En el 88 la contrarreforma y el clima rijoso que instauró hicieron crisis. Salinas convocó a una gran reforma política, a diferencia de la de Bartlett, concertada entre todos, el PRD se restó, aunque se benefició de ella, como hasta hoy su bastardo: Morena.
El problema fue que en lugar de desarmar la contrarreforma de Bartlett y retomar el diseño virtuoso del 77, que ya había probado su eficacia, los partidos, el PRI incluido, llegaron a la mesa igualito que los acapulqueños vandalizaron los comercios después del Otis. Sirviera o no les sirviera, levantaron con todo lo que encontraron a su paso. Ello, en lugar de saciar su voracidad, la desbocó.
Todos conjugaron democracia, pero nadie realmente vio por ella, fue una reforma de agandalle.
Sí, se hizo un nuevo padrón desde cero, se insacularon las mesas directivas de casilla, se instauró el sistema de resultados preliminares, se dejó sin voto a los partidos en el Consejo General del IFE, se instauró un tribunal de pleno derecho, se rehizó todo el tejido burocrático electoral en la República y se creó el sistema profesional de carrera electoral. No le restó méritos a todo ello.
Pero la contrarreforma que mezcló los dos sistemas de representación política, que suprimió la boleta y voto ciudadano sobre las listas plurinominales e hizo de la representación proporcional cláusula de gobernabilidad (sobrerrepresentación) no se tocaron.
Y esa omisión nos llevó en el 24 a la sobrerrepresentación de Morena en casi 20 puntos porcentuales, un abuso político que es ya estudiado en todos los textos y cursos de representación política en el mundo.
Hoy anuncian una nueva reforma electoral, pero nadie ha mencionado estos temas, menos aún Morena quien, con los papeles cambiados, sería el más perjudicado de regresar el sistema a su cordura original. Pero no se trata de retrotraer el tiempo, sino de discutir lo importante: ha habido más reformas de género y comunicación en la legislación electoral, que sobre temas sustantivos de la democracia.
Pensar, por otro lado, que Pablo Gómez, Jesús Ramírez, Rosa Icela Rodríguez y Arturo Zaldívar, entre otros de aún menor calado, puedan llegar algún día a entender qué es la representación política y las libertades ciudadanas es creer en la honestidad valiente.
A la distancia, la visión y apertura de los autores de aquella reforma, se agigantan.