José Luis Parra
No disparan, pero matan.
No aparecen, pero deciden.
No gobiernan, pero mandan.
La CIA lleva años operando en México con discreción quirúrgica. Y aunque nunca se les vea, están en todas partes. En las montañas de Sinaloa, en los pasillos de la Embajada de Estados Unidos, en los cuartos oscuros del poder. Y sobre todo, en el cerebro militar del Estado mexicano. Desde hace tiempo, y con permiso, dicho sea con toda la ironía que merece el término.
La captura de Ovidio Guzmán en 2023 es el caso más reciente (y más ilustrativo) de esta “alianza silenciosa” entre la inteligencia estadounidense y el Ejército mexicano. Un operativo quirúrgico, de precisión quirúrgica, con saldo letal: 29 muertos, 10 de ellos soldados.
¿Éxito? ¿Fracaso? ¿Victoria? ¿O simple anestesia informativa?
Porque sí, capturaron a “El Ratón”. Pero la droga sigue fluyendo como si nada, el fentanilo mata a más gringos que el colesterol, y en México los muertos ya no caben ni en los cementerios ni en la conciencia oficial.
La CIA no viene sola. Viene con drones, con agentes, con software de espionaje, con expertos en Al Qaeda reciclados para perseguir narcos mexicanos. La receta que aplicaron en Kabul y Mosul, ahora se sirve en caliente en Jesús María y Badiraguato. El lema es claro y sin pudor: “Encontrar, reparar, rematar”.
Y claro, la DEA observa desde el piso de abajo. Literal. Así de claro está el nuevo orden en la embajada estadounidense: la CIA despacha junto al embajador, mientras la DEA revisa el correo.
Los marinos y militares mexicanos que operan con ellos pasan por filtros más rigurosos que los candidatos a la NASA. Les revisan todo: sangre, sudor, lágrimas, y hasta los sueños. La misión: que no se les cuelen los malos. Aunque ya sabemos que los malos, en esta guerra, se mueven con uniforme, placa o fuero.
¿Y la soberanía nacional? Bien, gracias.
¿Y la presidenta Sheinbaum? Bien también.
Dice que “no aceptará subordinación”, pero mantiene los canales abiertos. Porque a veces, para evitar la invasión, hay que aceptar la infiltración.
Y eso hace la CIA: infiltra, persuade, actúa. Sin ruido. Sin conferencias de prensa. Sin mañaneras.
La 4T presume haber marginado a la DEA. Y es cierto. Pero en el proceso abrieron la puerta trasera a una agencia más hábil, más silenciosa y más peligrosa. Una que no necesita permiso. Una que, si molestas, te cambia el régimen o te extradita.
En Washington, el narco ya no es crimen: es terrorismo. Y como tal lo quieren combatir. Con drones, con sanciones, con amenazas militares directas. Trump lo propuso. Algunos aplaudieron. Otros se persignaron.
México, entre la pistola en la sien y la dosis de cooperación, eligió lo segundo. Pero hay que decirlo: a veces, lo que parece cooperación es en realidad sumisión.
Mientras tanto, los narcos siguen mandando en la sierra, las madres buscadoras siguen sacando huesos del desierto, y los soldados siguen muriendo en nombre de una guerra que ni entienden ni ganan.
Y ahí está la CIA. En la sombra. En el silencio. En la zona donde los presidentes mexicanos solo sonríen y asienten.
“Son invisibles, pero están concentrados en la misión”, dijo un exoficial.
Eso lo explica todo.
También lo resume todo.
Y quizá, lo condena todo.