Por José Alberto Sánchez Nava
“La patria no se celebra, se construye, porque un grito sin conciencia es solo ruido; un grito con acción es futuro.”
Hoy, como cada 15 de septiembre, las plazas de México se vestirán de luces, de banderas ondeando en los balcones y de voces que, al unísono, recordarán a Hidalgo, Morelos y a tantos hombres y mujeres que entregaron su vida por la libertad. Pero más allá de la pólvora, la música y el fervor patrio, vale la pena detenernos un instante a reflexionar: ¿qué significa hoy dar “El Grito” en medio de la realidad que vivimos como nación?
México atraviesa tiempos de incertidumbre. No solo por la economía que aprieta los bolsillos, por la violencia que lastima, o por la política que muchas veces parece más espectáculo que servicio. El verdadero reto está en nosotros mismos: en cómo cada ciudadano entiende su papel dentro de este país que todavía busca un destino más justo, más digno y más humano.
Nuestros héroes no pelearon para que nos instaláramos en la sumisión permanente ante los abusos del poder en turno, ni para que aceptáramos sin cuestionar el adoctrinamiento educativo de nuestros niños en un régimen marcado por la corrupción, ni para que normalizáramos la falta de medicamentos, de seguridad pública y de justicia social. Ellos lucharon para que cada generación encontrara la valentía de rehacerse, para que la independencia no fuera solo una fecha en el calendario, sino un acto cotidiano de dignidad y de conciencia.
La sociedad mexicana debe recordar algo fundamental: el político no es dueño de nada, sino depositario de un mandato ciudadano. Su cargo no le pertenece; es un encargo de todos nosotros. Olvidar esta verdad nos condena a ser súbditos, no ciudadanos; a ser espectadores de los abusos, en lugar de protagonistas de un México distinto.
¿Cómo resistir entonces? No con violencia, sino con conciencia y con acción colectiva:
- Exigiendo transparencia en cada peso gastado por el gobierno.
- Preguntando en voz alta dónde están los medicamentos que faltan en los hospitales.
- Negándonos a aceptar la mentira como narrativa oficial.
- Defendiendo la educación de nuestros hijos frente a la manipulación ideológica.
- Haciendo valer nuestra voz en las urnas, pero también en las calles, en las redes, en los tribunales y en cada espacio público.
Cada ciudadano tiene un arma pacífica pero poderosa: su dignidad y su participación. Cuando un pueblo se informa, se organiza y exige, el político se convierte en servidor; cuando el pueblo calla, el político se vuelve tirano.
Hoy, México necesita menos espectadores y más protagonistas. Necesita de padres que eduquen con valores, de jóvenes que crean en su propio talento y no se resignen al “no se puede”, de mujeres y hombres que, desde lo pequeño, construyan grandeza: un maestro que enseña con pasión, un médico que atiende con entrega, un ciudadano que no cede ante la corrupción, un vecino que ayuda al otro en silencio.
Este 15 de septiembre no basta con gritar “¡Viva México!”; hace falta también preguntarnos: ¿qué estoy dispuesto a hacer yo para que mi país viva mejor? La patria no se salva con discursos oficiales ni con gestos patrioteros, sino con la suma de millones de acciones que parecen pequeñas, pero que son gigantes cuando se hacen en colectivo.
Porque México no solo es su historia, México somos nosotros. Y el grito que demos hoy por la noche, no debe ser solo un recuerdo del pasado, sino un llamado urgente al presente: un México sin miedo, un México con esperanza, un México que se atreva a creer en sí mismo.
Hagamos que este septiembre no sea únicamente un festejo, sino un punto de partida. Que nuestra independencia se convierta en independencia de la indiferencia, de la desesperanza y de la división. Que volvamos a gritar con fuerza, pero sobre todo, que volvamos a construir con hechos.
México está en un cruce de su historia. Y la historia, como siempre, la escribimos nosotros.