José Luis Parra
Con la discreción de un verdugo de guante blanco y el respaldo de una visita diplomática, el Gobierno mexicano, en colaboración tácita con el Tesoro de los Estados Unidos, ha comenzado a cerrar cuentas bancarias como si fueran persianas de expendios clandestinos.
El subsecretario John Hurley estuvo en la CDMX la semana pasada. No vino de paseo. La consigna fue clara: ni sanciones ni escándalos públicos (por ahora), pero a cambio, acción. Y vaya que la hubo.
Desde entonces, los grandes bancos están cerrando cerca de cien cuentas diarias. No hay FGR, no hay jueces, no hay amparos. Solo una llamada bancaria: “pase por su cheque, gracias”. La operación se decide en un solo escritorio: el de Omar García Harfuch. Y aunque no se dice abiertamente, todos entienden la regla: si te cayó el cierre de cuenta, algo hiciste… o alguien se acordó de algo.
No hay acusación formal. Solo un manto de sospecha. Un manotazo seco, sin explicación. Un purgatorio financiero que te deja sin visa, sin fondos y sin reputación. La trifecta de la cancelación moderna.
¿Y por qué ahora? Porque en esta nueva relación bilateral ya no hay espacio para la cortesía diplomática. El crimen organizado ha mutado de amenaza de seguridad a riesgo de inversión. El sistema financiero —ese que debería moverse con reglas claras— se está limpiando con bisturí. Pero no el bisturí quirúrgico que busca sanar, sino el de carnicero que separa a tajo limpio lo que estorba.
Lo grave es que la operación huele más a selección política que a depuración técnica. Nadie sabe bien qué información llega al escritorio de Seguridad. Lo que sí se sabe es que ahí se decide el futuro de muchos: políticos, empresarios, abogados, intermediarios. Algunos hasta precandidatos. Todos con las cuentas congeladas y las bocas cerradas.
Mientras tanto, el sistema financiero mexicano está en “stand-by”. Ni Banamex sale a bolsa, ni HSBC concreta su venta minorista, ni Nu aterriza como banco. Nadie quiere entrar a un mercado donde el piso tiembla más por los algoritmos de inteligencia financiera que por los temblores de la tierra.
Y Vector, esa casa de Bolsa que ya sufrió las primeras llamaradas del Tesoro, está ahora en modo ninja. Nadie sabe nada. Todos niegan ser los compradores. Aunque en privado reconocen que ya no es inversión, sino rescate.
La purga silenciosa está en marcha. Y no es para todos. Es para los que están en la lista. Lista que, por cierto, no es pública, no es judicial y no es revisable. Pero sí es letal.
¿Y los bancos? Callan. Se protegen. Obedecen. ¿Y la CNBV? Como si no existiera.
La 4T encontró un arma fina. El cierre de cuentas. No deja sangre, no ocupa patrullas, ni titulares. Solo deja damnificados, muchos de ellos incómodos para el régimen. Un tiro de precisión que no necesita ni balas.
Y así se construye poder: desde el miedo. No con leyes. No con votos. Con miedo.