Kairós
Francisco Montfort Guillén
Los equilibrios entre la sociedad civil, la sociedad política y el Estado mexicanos se han roto. Han sido destrozados a favor del Estado. Un Estado voluntarista, decisionista, centralizado férreamente en la figura del hombre providencial y en parte en la figura del presidente. Sin Poder Judicial autónomo, sin poderes federales, sin instituciones democráticas que aseguren el voto libre y el juego de mayorías en el ejercicio del poder, sin libertad de la Cámara de Diputados ni de la Cámara de Senadores se ha reconstruido una nueva dictadura.
Hacer frente a esta nueva dictadura demanda acciones novedosas para construir, en consecuencia, una nueva democracia. Requerimos de la acción colectiva para imaginar sus componentes. Ya tenemos la base: luchar contra un poder absolutista, populista, autoritario. Pero requerimos de nuestra imaginación para proponer un nuevo acuerdo nacional que redefina las relaciones democráticas entre la sociedad civil, la sociedad política y el Estado.
Por el momento el debate continúa centrado en demostrar la pérdida de la democracia construida, en calificar correctamente el poder del nuevo gobierno; por nuestra cultura presidencialista, nos enfocamos en demandar que la actual titular de la presidencia luche y obtenga todo el poder, compartido a fuerzas con su antecesor y guía espiritual, moral y político, en lugar de combatir esa herencia cultural perniciosa que nubla las mentes para poder pensar un futuro distinto al que ofrece Morena.
Requerimos ir más allá de una idea liberal de contar solo con elecciones libres confiables, en donde interviene un mercado político abierto dominado por el mercado y sus prácticas de marketing político. A esta cualidad debemos agregar elementos de la convivencia entre individuos y grupos diferentes que no sólo se aceptan mutuamente, sino que dialogan sobre problemas comunes con visiones diferentes y soluciones distintas y contradictorias en busca de un bien común.
Habrá que cambiar la lógica de los nuevos aparatos autocráticos dominantes, tales que el nuevo Poder Judicial, los organismos electorales administrativos y legales, el sustento de la sociedad política que son los poderes legislativos, la Guardia Nacional militarizada, las nuevas funciones encargadas a las fuerzas armadas y un nuevo factor de lucha imperativa: erradicar desde su base las relaciones de los grupos criminales con las autoridades gubernamentales, los grupos políticos y los grupos empresariales que hacen imposible llamar democrático al nuevo régimen de Morena.
Una democracia nueva sólo será posible si resolvemos de antemano dos problemas que son competencia de la idea de desarrollo. Desmantelar la reproducción incesante del <> que ahora engendra a los empresarios morenistas en asociación con los poderes políticos. Y además reducir a su mínima expresión la llamada <<economía informal>> incorporando a la seguridad social y al sistema tributario a la mayor parte de la población económicamente activa de México. En este aspecto ya existe, desde hace tiempo una propuesta de Santiago Levy que no ha prosperado, en gran parte, por envidias y grillas políticas. Pero no partiríamos de cero.
La lucha será, entonces, en contra el modelo morenista: un régimen encerrado en sí mismo, sustentado en grupos auto referenciados de nacionalistas a ultranza, con políticos que solo buscan enriquecerse gracias a ese <> y directamente de la corrupción y el patrimonialismo de los presupuestos públicos, con minorías culturales que solo buscan refugiarse en un pasado idílico y olvidarse del presente/futuro, ya en gran parte dirigido por la Inteligencia Artificial, la manufactura (en realidad tecnofactura) robotizada, miniaturizada y nuevos avances de la ciencia y la tecnología de innovaciones permanentes y cambios constantes.
Estas asignaciones conllevan nuevas ideas de modernización de los seres humanos. Es decir, necesitamos pensar también en una nueva sociedad civil. Ya no es la lucha universal por imponer a los ciudadanos la idea de nación sobre la idea de los pueblos originarios y sus tradiciones, y el nacionalismo o cultura nacional como identidad colectiva, tareas realizadas a cabalidad por las variantes del PRI con sus respectivos gobiernos.
Estamos en la etapa de generar una democracia cultural que une futuro con pasado, pero con respeto del Estado de derecho, de las identidades culturales de género, de la nueva identidad femenina que actúa en diversos y diferentes escenarios con libertad, igualdad y respeto, de aceptación a las reivindicaciones de los grupos LGBTTT, de los grupos de lucha por los derechos humanos, de los grupos que se interesan por el cuidado del medio ambiente, por los seres humanos desaparecidos, por los seres humanos asesinados no identificados y en general por las víctimas humanas de la guerra en contra del narcotráfico, etc.
La democracia nueva mexicana demanda pensar en la renovación cabal de su sociedad política, sin duda la mayor responsable del atentado en contra de la democracia liberal construida durante los últimos treinta años.
La sociedad política, al tiempo que hacía realidad la democracia liberal, quiso conservar sus privilegios heredados de la dictadura perfecta (Mario Vargas Llosa dixit). Esta actitud contradictoria entre modernidad y conservadurismo de la clase política le impidió construir su propia libertad, respecto del Estado y respecto de la sociedad civil, para servir de mediador confiable entre las demandas de la sociedad y los objetivos de los gobernantes, en el régimen presidencialista en el cual vivimos.
Los partidos políticos gozan de una partida especial en sus presupuestos, que les otorga el INE, para realizar actividades de activismo político de enseñanza de las virtudes de la democracia, de las cuales nunca entregan resultados. Durante la etapa del IFE y los institutos locales autónomos se realizó un gran esfuerzo de difusión y de concientización de los valores y actitudes democráticas que al parecer fueron suprimidas.
Los gobernadores del PRI organizaron la CONAGO como respuesta al arribo del PAN a la presidencia de la república. De esta manera, los diputados y senadores se convirtieron, cabalmente, en representantes del gobernador y de su partido, sin considerar para nada la representación ciudadana que los empodera con sus votos. Perdieron su libertad para representar a los ciudadanos, y aunque ganaron libertad respecto del presidente de oposición, no la ganaron para impulsar nuevas leyes en favor de la ciudadanía, sino que defendieron sus privilegios.
Y los diputados del PAN se convirtieron en soldados de su presidente y también se olvidaron de la ciudadanía. Recordemos que fueron Beatriz Paredes y Enrique Jackson quienes impidieron la reforma fiscal propuesta por Vicente Fox con engaños y estafas políticas. Finalmente, la mayor parte de la clase política decidió enlistarse en Morena (mayoritariamente las huestes del PRI), a cambio de privilegios, que luchar en sus partidos para mantener la diversidad política.
La democracia nueva de México requiere tanto de una nueva clase política como de una nueva sociedad civil para reformar el Estado. El presente es un escenario pesimista en donde la oposición carece de voz social para convencer a un mayor número de ciudadanos de la necesidad de construir otra cultura política opuesta a la que nos ofrece Morena.
Una nueva política que realmente luche por deslindar a la clase política y a la clase empresarial de las actitudes ilegales de las mafias que se adueñan del territorio nacional y fortalecen sus alianzas con la clase política. Por eso la iniciativa de esta lucha debe provenir del ciudadano, del ser humano que defiende su individualidad y busca cambiar su entorno de manera grupal, y de los grupos sociales modernos de la sociedad civil.
Qué parto tan difícil.