José Luis Parra
En la sala de espera del poder, donde lo importante no es tener razón sino saber a quién le estorbas, el senador Adán Augusto López comienza a experimentar el déjà vu del exilio político.
La historia arranca con una frase que no lleva firma, pero sí destinatario: “Alito hace denuncias en Estados Unidos contra gente del movimiento pero pareciera que el que se tiene que ir soy yo y no él”. La sentencia, que brota con el hartazgo típico del que ya olió a cera derretida bajo su silla, retrata el malestar del exgobernador tabasqueño por lo que él considera una cobertura tibia, tenue, apenas de supervivencia, de parte del Gobierno de Claudia Sheinbaum.
Hay síntomas de desahucio político que no requieren diagnóstico de imagen. Adán Augusto está dejando de ser operador para convertirse en observado. En silencio, desde Palacio, ya se le prende una veladora a su salida como coordinador morenista en el Senado. Y en su entorno, donde las teorías de conspiración se sirven en termos de café, ya se cuchichea que su declive no es espontáneo, sino inducido por quienes quieren hacerse los desentendidos mientras alguien más se ensucia las manos.
¿Quién? Nadie lo dice en voz alta, pero todos miran en la misma dirección: Alito Moreno.
En estos días de política líquida, Alejandro Moreno no da pasos, da golpes. Cruzó el río y no precisamente el Bravo. En Washington exhibió mantas con nombres, datos y media docena de acusaciones que, si bien no cambian el curso de la política bilateral, sí descolocan a más de uno en la fila morenista. Incluido Adán.
Alito juega una partida doble: por un lado es el mártir que desafía al oficialismo, por el otro es el mensajero oficioso de lo que el régimen no puede decir pero quizá quiera que se diga. Porque desde que llevó sus denuncias a los pasillos de Marco Rubio —sí, ese Marco Rubio— el asunto del desafuero se esfumó del debate legislativo. Misteriosamente. ¿Cortesía diplomática o pacto de no agresión?
En la Junta de Coordinación Política del Senado ya se hacen la pregunta clave: ¿La impunidad de Alito es cortesía estadounidense o táctica doméstica?
Mientras tanto, el PAN y Movimiento Ciudadano hacen como que no vieron nada. Como si el vendaval fuera cosa de otros. Ricardo Anaya, que tiene pactos con más vigencia que presencia, se fue de vacaciones cuando explotó el asunto de “La Barredora” y regresó hablando de Sinaloa, como quien regresa de la luna y comenta que vio un cráter. MC ni se despeina, porque para despeinarse primero hay que tener estructura.
Anaya, viejo conocido de Adán, prefiere el silencio profiláctico: hablar poco, firmar menos, negociar en privado. Y si hay fuego cruzado, mejor en modo turista.
Pero lo que más desconcierta a Adán Augusto no es el fuego enemigo. Es el fuego amigo. Porque mientras Alito avanza, con su sonrisa de lobo recién afilado, a él le retiran el respaldo con la misma velocidad con la que se esfuman las lealtades en tiempos de sucesión.
Lo inquietante no es que lo reemplacen, sino que lo ignoren. Y en la política mexicana, como en la mafia, el silencio también mata.
Por ahora, su suerte pende del ánimo presidencial. Que no es poco decir. Y si algo ha dejado claro este sexenio es que no se necesita razón para caer en desgracia. Basta con ser prescindible.
Y Adán, para Palacio, ya no es indispensable.