* Último descendiente de la siniestra dinastía de los Rojo Lugo, que durante décadas ejerció el control político del estado de Hidalgo, llevándolo a su degradación social, lleva años soñando, ilusamente, ocupar la gubernatura de la hoy próspera entidad, pero se ve muy difícil que logre su objetivo ya sea en su quebrado partido como en cualquier otro de la oposición ante la fuerza social y resultados obtenidos por Julio Menchaca a favor de Morena
SILOGISMOS
Por Antonio Ortigoza Vázquez / @ortigoza2010
Especial de Expediente Ultra
José Antonio Rojo García de Alba, según sus colaboradores, es “una figura destacada” de la política en el estado de Hidalgo, y anuncia su decisión de “poner en pausa” su militancia en el ya deslegitimado y desmantelado Partido Revolucionario Institucional (PRI). “En pausa”, precisa, más no “renuncia”. (¿?)
Y atribuye su decisión a la terquedad de su impresentable dirigente nacional, Alejandro Moreno Cárdenas, coloquialmente conocido como “Alito”, de mantenerse en el cargo “indefinidamente”.
Hasta aquí, nada extraño. Muchos otros militantes se han inconformado o han renunciado por el manejo dictatorial que ejerce “Alito”, próximo a enfrentar su desafuero en el Senado, del otrora gran partido de Estado.
Es la actual circunstancia es valioso retomar lo dicho por Roberto Rico, excoordinador jurídico del gobierno hidalguense y funcionario priista, que en amplia entrevista para el programa “Los Periodistas” diagnosticó la fase terminal de su partido. “Si no se va Alejandro Moreno de la Dirigencia Nacional, el PRI para 2030 está desaparecido”.
Pero retomando el caso de Rojo García, último descendiente de la siniestra dinastía de los Rojo Lugo, que durante décadas ejerció el control político del estado de Hidalgo, llevándolo a su degradación social, tiene años ambicionando, ilusamente, ocupar la gubernatura de la hoy próspera entidad.
Ya en el 2004 no logró ser candidateado, pues el entonces cacique Jesús Murillo Karam, hoy en prisión domiciliaria por el caso de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, impuso a Miguel Ángel Osorio Chong.
De igual forma, fracasó en su intento de imponerse al ex gobernador Omar Fayad, actual embajador en Noruega. Pero sus sueños guajiros no terminaron ahí. Mantuvo sus aspiraciones.
Aunque no contaba con la llegada de un huracán llamado “Alito”, quien no solo le ignoró para la candidatura, sino que ni siquiera le consideró para una senaduría. Lo cual fue el colmo de su “mala suerte”.
EL PRI O LA DESUNIÓN DE LO NUNCA UNIDO
El PRI nació como un partido de caciques regionales y generale en disputa. Es más, fue concebido no como un partido, sino como el todo político, por ello resultó inevitable que la verdadera lucha por el poder se diera e institucionalizara dentro de él y no entre ese partido y sus rivales, pues estos últimos resultaron siempre actores marginales o meras comparsas del proceso político real.
En efecto, a partir de 1929, no fue en las urnas donde se ganaban o perdían la Presidencia, la gubernatura, la senaduría, la diputación, la presidencia municipal o las alcaldías, sino en la etapa previa: la de la selección interna de candidatos. Siempre por el dedazo del presidente en turno.
Y en ese espacio cerrado la lucha era -y pese a su desmantelamiento actual sigue siendo- la propia de un todos contra todos. Las dirigencias de cada sector y la de los grandes grupos políticos formados alrededor de un líder fuerte -en el caso del Grupo Huichapán, en plena decadencia desde la llegada del Grupo Hidalgo, con Miguel Osorio Chong, fue creado por Javier Rojo Gómez en 1936, antepasado directo de José Antonio Rojo García- se disputan con igual ferocidad la proporción de candidaturas y de posiciones dentro del todo disponible.
Los perdedores podían hacer saber su disgusto, pero dentro de límites estrechos, y raras veces se rebelaban pues las reglas del sistema hacían más redituable esperar a la siguiente ronda del reparto que romper con el partido y con el sistema.
Así lo había hecho Rojo García, quien ahora puso “pausa” a su militancia, que no “renuncia”, pues ha sido olímpicamente desairado durante varios años, al negársele alguno de los despojos del PRI en Hidalgo, que hoy se agandalla Alito.
El PRI ya es historia, pues sigue fiel a sus orígenes y, por lo mismo, refractario a la cultura cívica democrática.
Y lo sabe Rojo García, que en su engañosa obsesión de reencontrase con el poder que algún día detentó su nefasto clan, ahora pretende ser candidato a la gubernatura (o por lo menos de regidor ), por enésima vez, y le coquetea al Partido Acción Nacional (PAN) y al Movimiento Ciudadano (MC).
Para concluir, un político responsable es aquel que, sobre todo en los momentos difíciles, pone los intereses de su país y de su estado por encima de sus propios intereses.
Pero eso es algo que José Antonio Rojo García nunca ha hecho. Pese a que sabe que no tiene ninguna oportunidad ante el candidato que surja, el que sea, del Movimiento de Regeneración Nacional, por el trabajo del actual gobernador, Julio Menchaca Salazar, sigue más preocupado por lograr la candidatura (PAN-MC) que por sacar a su partido adelante.
A menos que rectifique -y rápido-, esto puede convertirlo en un político irresponsable; es decir: en un político peligroso.
Las elecciones federales y electorales del 2027 serán interesantes. Marcarán un reacomodo en el mapa político del estado de Hidalgo, pero, por fortuna, sin el clan de Rojo García.