Un chico de 18 años, estudiante de preparatoria, encuentra una excelente oferta de trabajo en Facebook: puesto en “logística” muy bien pagado. Escribe por WhatsApp, llega a la cita y desaparece. Esto es más común de lo que creen; sucede en lugares como Teuchitlán, Jalisco, donde se han detectado centros de reclutamiento encubiertos tras ofertas laborales. El crimen organizado utiliza las redes como su principal vía de captación.
Las ofertas de trabajo falsas circulan en grupos de WhatsApp y páginas de Facebook. Jóvenes con aspiraciones, pero sin recursos ni oportunidades, caen en la trampa. A partir de ese punto, el reclutamiento se vuelve totalmente coercitivo: amenazas, violencia y pérdida de libertad. En este país, donde la libertad se ha vuelto un privilegio, no sorprende que muchos terminen buscándola en los peores lugares.
Una investigación publicada en Science establece que los cárteles mexicanos agrupan a unas 175 mil personas, lo que los posiciona como el quinto “empleador” del país. La DEA informa que solo los de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación suman más de 44 mil miembros, con presencia en más de 100 países.
¿Por qué tanto reclutamiento? Los cárteles pierden personal constantemente por enfrentamientos, detenciones o conflictos internos. Por ello, buscan reemplazos entre los sectores más vulnerables.
La Comisión Nacional de Búsqueda reporta más de 124 mil personas desaparecidas en México, en su mayoría jóvenes. Algunos son secuestrados; otros, engañados.
También hay quienes ingresan por voluntad propia, seducidos por la promesa del dinero fácil. “¡Sé una mula!”, les dicen: transportar, empacar, lavar dinero. Al principio suena bastante inofensivo; termina en explotación.
Las redes sociales agravan el riesgo. En Instagram o TikTok, muchos adolescentes equiparan éxito con exhibición y dinero rápido. Plataformas como OnlyFans normalizan la explotación sexual bajo la bandera del “empoderamiento”, y las organizaciones criminales lo aprovechan como vía para el reclutamiento o la trata.
El contexto tampoco ayuda. En México existen 39 millones de jóvenes de entre 12 y 29 años, muchos viviendo en pobreza, empleos precarios o sin haber terminado la preparatoria. Miles trabajan en la informalidad, sin derechos ni futuro. Pero en lugar de generar libertad económica, el Estado insiste en repartir dependencia.
El gobierno responde con políticas asistenciales, becas, pensiones, subsidios, que en 2026 superarán los 300 mil millones de pesos. Sin embargo, el CIEP advierte que el gasto de bolsillo en salud sigue aumentando y las brechas de inequidad se mantienen. Son políticas sin métricas de impacto ni evaluaciones de eficacia real. Como dijo Thomas Jefferson: “El gobierno que gobierna menos, gobierna mejor.”
El camino no es la asistencia social, sino la formación en competencias tecnológicas. Si se destinara el presupuesto a preparar a los jóvenes en inteligencia artificial, desarrollo de aplicaciones o ciberseguridad, habría más emprendedores y menos víctimas.
La colaboración con la Unión Europea, la OCDE o el Banco Mundial podría impulsar infraestructura digital, innovación y crecimiento de las PyMEs que abastecen al mercado estadounidense.
Ejemplos sobran. El equipo LamBot 3478, del PrepaTec San Luis Potosí, fue subcampeón mundial de robótica FIRST 2025, superando a más de 160 equipos de Estados Unidos, China e India.
La UPAEP desarrolló el nanosatélite Gxiba-1, que será lanzado desde la Estación Espacial Internacional por JAXA. Su misión: monitorear volcanes activos y compartir información con el CENAPRED para generar alertas tempranas. Hay talento; pero urge política pública seria.
Las redes sociales son una herramienta poderosa: pueden servir para reclutar al crimen o para romper el círculo de pobreza. La diferencia está en dónde invertimos. Si apostamos por educación tecnológica, inteligencia artificial y plataformas de empleo verificadas, el país se reorienta.
Los jóvenes no necesitan discursos ni programas; necesitan libertad para aprender, crear y competir.