Por José Alberto Sánchez Nava
“No pretendo un país que reparta pobreza, sino uno que multiplique oportunidades.” — José Alberto Sánchez Nava-
1.-Introducción
México atraviesa una paradoja histórica: destina más de 24 mil millones de pesos al año para capacitar jóvenes mediante el programa “Jóvenes Construyendo el Futuro”, pero no ha logrado transformar ese esfuerzo en productividad ni desarrollo sostenido. Lo que comenzó como una iniciativa noble —integrar a jóvenes al mercado laboral mediante la capacitación— ha degenerado, en muchos casos, en un instrumento de control político y asistencialismo electoral que se agota en su propia inmediatez.
El programa, dirigido a jóvenes entre 18 y 29 años que no estudian ni trabajan, otorga un apoyo económico mensual de $8,480 pesos y cobertura médica del IMSS durante un año. Sin embargo, la política pública se ha quedado en la superficie: entrega dinero, pero no construye futuro. Forma aprendices temporales, no emprendedores permanentes.
2.-El espejismo del empleo formal
Mientras el gobierno presume la “inclusión laboral” como logro de la Cuarta Transformación, los datos del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) revelan una tendencia alarmante: México perdió 34 mil 385 patrones formales en los últimos dos años. En septiembre de 2023 existían 1 millón 73 mil 736 empleadores; hoy apenas quedan 1 millón 39 mil 351.
Las causas son evidentes: la creciente carga regulatoria, el encarecimiento del empleo formal por las reformas recientes —más vacaciones, la llamada “Ley Silla” y los constantes incrementos al salario mínimo—, y una economía donde el emprendimiento es castigado por la burocracia. El resultado es un ecosistema empresarial débil, incapaz de absorber a los jóvenes que terminan su beca y que, tras un año de “formación”, regresan a la informalidad o al desempleo.
El programa “Jóvenes Construyendo el Futuro”, en su diseño actual, no construye futuro alguno. Es una inversión con retorno político, no productivo.
3.-Hacia una revolución del valor agregado
El verdadero salto que México necesita es convertir la asistencia en producción, la transferencia en inversión, y al joven becario en socio productivo.
Si el Estado destinara los mismos recursos —esos $8,480 pesos mensuales por joven— a la creación de cooperativas de producción con visión empresarial, el país podría transformar su estructura económica desde las regiones más olvidadas.
Imaginemos que en lugar de dispersar los apoyos, 30 jóvenes de una misma comunidad se organizaran en una sociedad cooperativa, apoyada técnicamente por universidades y gobiernos locales, para instalar una planta deshidratadora de plátano, mango o nopal, una granja de pollos, un proyecto productivo pesquero etc.
Por ejemplo, México produce plátano casi todo el año, pero el precio al productor rara vez cubre los costos. ¿Por qué? Porque se vende como producto primario, sin valor agregado. Un plátano deshidratado, empaquetado y exportado puede valer hasta cuatro veces más en el mercado asiático.
El apoyo mensual de cada joven, concentrado y planificado por 30 en capital social, podría financiar maquinaria, infraestructura básica y procesos de certificación. En lugar de entregar subsidios mensuales, el gobierno estaría creando capital productivo, generando empleo real y estabilizando precios en el campo mexicano.
El mismo modelo puede aplicarse al nopal, al mango, al café, al chile seco, al maíz criollo o a productos con potencial exportador. Se trata de transformar el recurso social en inversión comunitaria, y el programa asistencial en motor de desarrollo regional.
4.-Del asistencialismo al emprendimiento social
México no necesita más beneficiarios: necesita productores de riqueza social. Los programas sociales deben evolucionar hacia un modelo de emprendimiento colectivo que fomente la autosuficiencia y fortalezca las economías locales.
Un rediseño institucional del programa podría incluir:
I.- Conversión voluntaria de beneficiarios en socios de cooperativas con capital semilla estatal.
II.- Alianzas técnicas con universidades, tecnológicos y centros de innovación para capacitación empresarial y agroindustrial.
III.- Fondos de garantía y financiamiento para plantas procesadoras y cadenas de valor regionales.
IV.- Mercados preferenciales de exportación, con acompañamiento diplomático y comercial.
V.-Supervisión transparente y ciudadana, que evite el uso electoral o clientelar de los recursos.
5.- Conclusión: transformar el futuro en presente
El futuro de México no se construye con dádivas, sino con dignidad productiva. Cada peso destinado a un joven debe multiplicarse en valor agregado, innovación y bienestar sostenible. El país no puede seguir comprando lealtades temporales; debe sembrar capacidades permanentes.
El programa “Jóvenes Construyendo el Futuro” tiene la materia prima del cambio: juventud, energía y esperanza. Solo falta dotarlo de visión estratégica y estructura empresarial. Porque el verdadero futuro no se construye solo con capacitación aislada: se construye produciendo.
P.D. Si crees, como yo, que México merece un modelo social que produzca futuro y no dependencia, ayúdame a compartir este artículo. La conciencia colectiva es la primera inversión en un país productivo.