Vanessa Hernández
No voy a mentir, no quería ir y constatar cómo había quedado mi puerto, con las imágenes de los medios dando cuentas me bastaba para horrorizarme. Al final fui, a petición de mi madre, menos de un mes después, un 17 de noviembre.
No llevaba camara profesional solo un celular de cinco años con el que sin pensar mucho comencé a tomar fotos a lo que iba viendo.
Era una mezcla de horror y ternura.
Cada espacio había sido parte de mi formación como individuo, cada lugar, cada calle, cada ventana en la que había dirigido una parte de mi ser, estaba a medias o simplemente no estaba.
Llore cuando ví el parque papagayo sin su cielo verde ocultando sus veredas tantas veces caminadas, llore también el fin de año y un poco antes en noviembre que célebre ni cumpleaños todavía entre los despojos propios porque también mi casa tenía algunas de sus alas rotas.
Y claro, quise saber el sentir y anduve preguntando a mis paisanos que habían perdido, como estaban… Todo era un asombro continuo, y una tristeza permanente de saber que Acapulco siempre ha sido de cierta manera una mártir de las tempestades.
Pero no, no se trata de pensar desde la herida, sino desde la reconstrucción, desde la esperanza.
Tengo estás fotos de aquel año para recordarme que no existe huracán todavía que nos rompa el espíritu. Tendremos heridas permanentes pero siempre y ante la catástrofe, una voluntad inquebrantable para recuperar la jocosidad que caracteriza a los guerrerenses.
Solo falta y hay que decirlo, voluntad política que no solo se peine y se ponga su mejor vestido para anunciar algo que se queda en eso, el enunciado de más apoyo.
Acapulco es mi primera casa, el arco dramático que necesita toda alma para su requerida transformación.
Acapulco resiste y persiste pese al Otis. Y ante cualquier huracán que le dé por aparecerse.
La primera foto es de mi mamá cuando después de esperar por poco más de una hora al fin pudimos entrar al Aurrerá a hacer una pequeña despensa.

Presentaron el libro Acapulco después del Otis
Por fin está aquí este increíble libro testimonial que recoge a través de la narrativa, crónica y fotografías, el paso de uno de los huracanes más poderosos que ha tocado a Guerrero, Otis.
Aunque hay imágenes, algunas también mías, sobre el poder de la devastación, este es un libro que se apoya en la reflexión y el alcance de la esperanza en tierra de olvido. Escritores experimentados y noveles, unidos por una misma geografía, porque a pesar del aniquilamiento, la belleza persiste. ❤️🔥
Gracias a Mauricio y a Lilia, directores de Nitro Press por abrazar este proyecto y dedicarle sus ojos y oidos por meses.
Gracias también a Citlali Guerrero por invitarme a participar con un cuento y algunas de las fotografías que tome algunas semanas después que visite al puerto y constate con mis ojos lo que se había perdido, y aquello que con trabajo, volvería a surgir de entre las cenizas.
Acapulco, después del Otis, se presentó en Acapulco el 25 de octubre en la biblioteca del zócalo, emblema cultural del puerto que también sufrió el paso del Otis y apenas se recuperó volvió a ser uno de los pocos recintos culturales que apoya a los artistas guerrerenses y foráneos.
Están todos invitados a participar en esta nueva memoria.









