José Luis Parra
En el manicomio que a veces llamamos gobierno, alguien olvidó avisarle a Claudia Sheinbaum que, antes de declarar que Simón Levy estaba detenido, era importante checar si el señor no estaba tomándose un café con vista al Atlántico. Detallitos. Porque a las pocas horas de que la presidenta confirmara su arresto en Portugal, el propio Levy apareció en redes sociales diciendo que estaba libre, feliz y con ganas de saludar “con mucho cariño”.
Y mientras Claudia daba explicaciones en tiempo pasado, el acusado en presente y futuro se reía del episodio. ¿Lo detuvieron o no lo detuvieron? ¿Es portugués o mexicano? ¿Se amparó o mostró pasaporte europeo con bordes dorados? ¿La Interpol lo quiere o solo lo invitó a platicar?
El episodio sería cómico si no fuera por lo que refleja: improvisación, contradicciones y desorden en un gobierno que presume de control. Porque esta vez no fue un vocero atolondrado ni un medio con datos mal verificados: fue la presidenta quien informó de un arresto que nunca ocurrió, o que ocurrió pero ya no, o que no fue arresto sino una “medida cautelar sin esposas”.
La Fiscalía de la CDMX, a falta de respuestas claras, se atrincheró en la formalidad: que sí fue detenido, que se presentaron amparos, que está sujeto a medidas de control. Pero cuando Reforma les quiso preguntar más detalles, se encerraron en un silencio digno de inquisición burocrática. Por si había dudas, dejaron claro que la transparencia no es una de sus pasiones.
Simón Levy no es cualquier exfuncionario. Fue parte del obradorismo temprano, aunque en los últimos años se convirtió en un francotirador incómodo para la 4T. Sus críticas constantes en redes sociales lo volvieron un personaje molesto, pero aún con vínculos y memorias dentro del sistema. Quizá por eso lo quisieron exhibir como trofeo. Pero el trofeo se les zafó en vivo y en directo.
Lo grave es que la cadena de errores desnuda una operación política fallida. No está claro quién le pasó los datos a Sheinbaum ni con qué propósito. ¿Una vendetta? ¿Una confusión real? ¿O solo ganas de ganar la nota del día?
Porque si el objetivo era mandar un mensaje de fuerza, acabaron mandando uno de torpeza. Y si la intención era exhibir a un “enemigo de la transformación”, lograron que el supuesto enemigo se exhibiera a sí mismo como víctima de un sistema descoordinado, donde la presidenta dice A, la fiscalía dice B y el propio implicado graba un video diciendo: “Estoy en Lisboa, saluden a mi mamá”.
El caso Levy es solo una muestra del caos informativo en que se mueve esta administración. Todo se maneja con el hígado, sin filtro ni brújula. Los protagonistas hablan antes de tiempo, se contradicen, se desmienten entre sí. Y al final el resultado es un enredo institucional que erosiona credibilidad, incluso dentro de su propio movimiento.
Si el gobierno quería exhibir a Levy, terminó exhibiéndose solo.
Ahora bien, hay algo más de fondo: la presidenta fue usada o, peor aún, se dejó usar. ¿Quién le soltó la información? ¿Por qué no se verificó antes? ¿A quién le convenía que ella quedara como vocera de una noticia equivocada?
Este es el verdadero problema: si así se manejan con un exfuncionario incómodo, ¿cómo lo harán con temas más serios, más sensibles, más peligrosos?
Mientas tanto, el exsubsecretario de Turismo ya prepara sus tuits, sus entrevistas, sus dardos. Y la 4T, fiel a su costumbre, en vez de aclarar, enreda. Ya veremos qué dice Sheinbaum este jueves. Aunque la duda queda: ¿hablará como presidenta, como testigo o como víctima de un chisme mal contado?





