La libertad de expresión se ganó a base de tinta, discursos y sangre. Hoy la estamos entregando a cambio de “políticas de comunidad”. Nos vendieron la idea de que es “por nuestro bien”. El día de hoy la censura se implementa a través de softwares que detectan discursos de odio y con muchedumbres digitales que cancelan a cualquier persona que se atreve a pensar diferente.
Las redes sociales tienen años siendo el “nuevo” espacio público. Twitter, Facebook, TikTok, Instagram… ahí discutimos política, cultura, religión y hasta memes de Noroña. Es nuestra nueva ágora. Solo que, a diferencia de la Antigua Grecia, quien decide quién habla no es la ciudadanía, sino un algoritmo preestablecido en Silicon Valley. Si Sócrates hubiera vivido en esta época, lo más seguro es que ya estaría cancelado por discursos ofensivos.
¿En qué momento permitimos que un bot decida si nuestra opinión merece existir? ¿Cómo aceptamos que una crítica a un gobernante pueda disfrazarse de “violencia política de género” solo para acallar al disidente incómodo?
En México ya metimos la censura por la puerta de atrás. Leyes como la del “ciberasedio” en Puebla suenan muy bonitas en papel, hasta que ves cómo se usan para silenciar críticas políticas. O el caso de Karla María Estrella, a quien sancionaron por “violencia política de género” por algo que escribió en redes. No porque haya amenazado, golpeado o matado: simplemente por opinar. Y ya es algo muy sencillo: si no estás de acuerdo con la narrativa oficial, tu voz pone en peligro a algunos personajes.
Y todo esto está pasando mientras nuestros flamantes políticos compran bots para inflar sus propios egos. Alguien por favor avíseles: a nadie le importa que hayan ido a regalar despensas a la colonia “X” para tomarte la foto de campaña. Los troles actúan libremente, las fake news se usan descontroladamente en época de campañas y si no tienes cuidado con lo que dices te aparece: “cuenta suspendida”
Estamos viviendo la era de la censura hipócrita: te quitan la voz, pero al mismo tiempo te lo explican bonito. Aparte nos venden la idea diciéndonos que eso es progreso.
Defender la libertad de expresión no es dar discursos que agraden a todos. Es aguantar lo que no te gusta, porque la democracia implica tolerar diferencias. Si solo se aceptan las opiniones cómodas, no es libertad: es control.
La democracia no necesita gente ofendida. Necesita ciudadanos que soporten opiniones diferentes sin caer en la histeria colectiva. Se necesitan debates reales, no versiones reguladas.
Si queremos que la democracia siga viva, hay que eliminar la censura automática y la cultura de la cancelación. Si nosotros mismo no podemos decidir lo que decimos, ya perdimos.
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