Luis Farías Mackey
Nombrar es una forma de poseer, también de afirmarse, de definirse, de relacionarse con lo nombrado. Muy en el origen se era hijo de algo: de Gonzalo, González; de Hernán, Hernández; luego vinieron los juniors con atributos hasta cierto punto denigratorios: un hijito de papá, no tú mismo (quién dijo José Ramón). El hecho es que el nombre expresa más de lo que creemos.
El obradorato se autonombró Cuarta Transformación: se ¡numeró!
Toda numeración es secuencia, encadenamiento, derivación, deviene de entidad previa. Su propósito, por supuesto, fue revestir sus penurias doctrinarias y programáticas de gestas patrias, pero al hacerlo se definieron.
En el fondo es el mismo caso del “Nuevo PRI”, tantas veces publicitado: lo vetusto y conocido, pero ¡ahora sí!… nuevo. Y de hecho Morena es el nuevo nuevo PRI, no podrían ser el PRI Jr., porque, siendo su sucesión directa, son carcamanes deslustrados, no brotes, ni generosos ni podridos. Noroña es, así, un Alazán región Iztapalapa; Clara un Uruchurto de carpa; Adán Augusto, Maximino con jirafas; Rosa Icela, el nopalito Ortiz Rubio con plumero; Andrea Chávez, La tigresa sin rayas; el bloque negro, Los Halcones con ropa interior guinda.
La Cuarta Transformación los ata y condena, nunca podrán ser ni se piensan un nuevo comienzo, algo verdaderamente nuevo y diferente; son, mejor dicho, pretenden ser, usurpadores de un pasado que sueñan épico; no son auténticos, no son creadores, no tienen mañana.
Por eso su esclavitud al pasado, están imposibilitados de hablar de un mañana, de diversidad, de quiebre, de creación; lo suyo -lo dijimos ayer- es culpar, no construir. Culpar al pasado y vivir de él, no aprender de sus enseñanzas.
Nombrar a un gobierno “Cuarta Transformación”, es como nombrar al Olimpo “La Chingada”.




