ÍNDICE POLÍTICO
FRANCICO RODRÍGUEZ
México está en el centro de una olla hirviente de indignación. Caldo de cultivo en el que naufraga la gobernabilidad y donde nos ahogamos los cada vez más indefensos ciudadanos. El fuego lo atiza el enorme poderío acumulado por el régimen de Cuarta… Transformación que, en las apariencias, encabeza la señora Claudia Sheinbaum.
Reina esta mujer, pero literalmente no gobierna. ¡Todo se le ha salido de madre!
Las llamas son abrasadoras: el desdén por las leyes, la soberbia y la improvisación, la incapacidad técnica, la militarización del sistema, la farsa anticorrupción, el diseño electoral de todo el presupuesto, la violencia desatada, la corrupción desenfrenada y la mentira permanente.
Destacan sobre todo la petulancia, la pendencia y la soberbia con las que Sheinbaum se conduce.
Aparente ser la cabeza en turno de una pobre transformación que no ha podido aplicar un ápice de justicia elemental y se yergue como la dictadora de un nuevo país, muy diferente a aquél con el que soñaron los votantes de julio del 2018.
Surgió entonces una especie de gnomo político, poblado en sus cúpulas dirigentes por corruptos, inexpertos e ignorantes.
Por eso, cuando se juntan la petulancia y la soberbia es como cuando se encuentran en una mesa el hambre y las ganas de comer. Son, como todos los binomios, inseparables y demoledores. El atributo personal de la petulancia se posesiona de las almas débiles y por lo mismo rencorosas, revanchistas y vengadoras. Peor, todavía, cuando a ello se suma una conducta pendenciera in crescendo, como la que la señora ha mostrado en sus mentiñeras de las últimas semanas.
¿Será por miedo o por mera soberbia?
Puras descalificaciones
La petulancia entre los líderes de naciones grandes y chiquitas debe entenderse en íntima relación con la soberbia. Esta falta moral es repetidamente señalada, pero poco reflexionada en cuanto a su naturaleza. Una definición clásica remite a que la soberbia es el amor desordenado de sí mismo.
Esto significa que el petulante dará más importancia a los propios anhelos, a la propia condición que a la ajena. Por ello es entendible que se considere a la soberbia como la raíz de los otros vicios, de los demás defectos. El soberbio y petulante se ve a sí mismo como el ideal, sin que existan posibles fallas, circunstancia por la cual será reacio a intentar cambiar, porque sólo puede mejorarse lo que se asume como imperfecto.
En el modo petulante se expresa esta soberbia tanto en la oralidad como en el comportamiento para con otros. Así, se referirán las acciones propias como grandes hechos, como dignas de ser celebradas –ahí está el anuncio del mitin de la 4T el próximo 6 de diciembre– replicadas por los demás.
El petulante descalifica cualquier observación ajena por el solo hecho de que proviene de otra persona. Sin que por ello se considere si la observación es positiva y si puede agregar algún valor. Todo este tipo de comportamiento se ve reflejado en un intento permanente y cotidiano por ser el centro de la atención en todo, en cualquier momento.
Por ello no podemos coincidir con el gran Tony Camargo: el 2026 no nos traerá “ni una chiva, ni una burra negra, ni una yegua blanca”. Sólo la atadura a un sub ser de peluca color mostaza y un “caudillo” que empezará a recorrer el país, ¿quién sabe si para apoyar o para restar a la señora Sheinbaum?

¡Se perdió! ¡Ya la perdimos!
La soberbia de los dirigentes políticos ha sido ampliamente analizada por filósofos de la talla de Max Weber, por ejemplo, quien escribió que la vanidad era apropiada para un panadero, orgulloso de sus pasteles, pero no para un dirigente social.
La vanidad y la necesidad de ser siempre el centro de atención con las que se condujo AMLO y ahora exhibe Sheinbaum, a menudo exacerbadas por el uso de las redes sociales, han convertido el ejercicio del poder en un espectáculo matutino.
Todo ello se contrapone a la mesura y el sentido de responsabilidad que debe tener un político. Para Weber, esta soberbia es peligrosa porque lleva a los líderes a actuar solo con “la ética de la convicción” y a creer que “el mundo es estúpido, pero yo no”, perdiendo el contacto con la realidad.
¿Ya perdimos a la señora Sheinbaum? ¿Hará a un lado la petulancia, la pendencia y la soberbia?
Lo más posible es que no. ¡Ya se perdió! ¡Ya la perdimos!
* * *
Un espejo para la dama, ¡por favor! En su discurso conmemorativo de la Revolución Mexicana, la señora sentenció: “El que convoca a la violencia se equivoca, el que alienta el odio se equivoca, el que cree que la fuerza sustituye a la justicia se equivoca, el que convoca una intervención extranjera se equivoca, el que convoca, el que piense que aliándose con el exterior tendrá fuerza se equivoca, el que cree que las mujeres somos débiles se equivoca, el que cree que la transformación duerme se equivoca, el que piensa que las campañas de calumnias y mentiras hacen mella en el pueblo y en los jóvenes se equivoca, el que piensa que el pueblo es tonto se equivoca”… * * * Va para usted mi reconocimiento por haber leído este texto y, como siempre, mis sinceros deseos de que tenga ¡buenas gracias y muchos, muchos días!
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