José Luis Parra
Cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no acaba de nacer, lo que aparece en el limbo es una criatura monstruosa: medio dinosaurio, medio holograma. Y eso, en la política mexicana, no es nuevo. Lo que sí sorprende —por su impudicia y su glamour— es que el crimen organizado ya no necesita esconderse bajo tierra: ahora desfila en traje de etiqueta, huele a perfume caro, compra reinas de belleza y lava su nombre con títulos internacionales.
El caso del empresario regiomontano Raúl Rocha Cantú es la pieza más reciente de esta tragicomedia. Acusado de encabezar una red de huachicol, tráfico de armas, drogas y lavado, el mismo hombre que hace no mucho compró el certamen de Miss Universo, hoy desfila en calidad de “testigo colaborador”. Es decir: habla, pero no cae. Delata, pero no paga.
Y todo esto ocurre mientras en Palacio Nacional se estrena administración. Porque sí: Claudia Sheinbaum ya es presidenta, aunque su gobierno aún opera como en cámara lenta. Sus adversarios y sus propios aliados se mueven más rápido que ella. La sucesión presidencial no trajo calma: trajo un reacomodo feroz donde cada escándalo funciona como mensaje cifrado para que cada grupo defina su lugar en la nueva orquesta.
El expediente Rocha Cantú huele a muchas cosas, menos a justicia. Huele a chantaje cruzado, a guerra sucia, a filtración medida, a expediente útil para colocar a unos y borrar a otros. Y como es costumbre, si el expediente viaja y aterriza en territorio gringo, las reglas cambian. Allá no importa si el implicado es empresario, ex cónsul, dueño de casinos o comprador de reinas: lo importante es si salpica a Donald Trump. Y si eso ocurre, el caso escalará. Con intereses demócratas exigiendo sangre.
Así, la presidenta enfrentará una decisión que sus antecesores siempre prefirieron evitar: ¿hasta dónde se limpia la casa, y a quién se barre primero?
El problema es que en este enredo no hay villanos lejanos. Si el caso Rocha explota, lo hace adentro. Muy adentro. Por eso el gobierno federal, vía Omar García Harfuch, ya se apoderó de las piezas clave en la FGR. Para lo que se ofrezca.
No sería la primera vez que un escándalo de este tamaño obliga a definiciones brutales entre aliados que apenas llevan un año repartiéndose el poder. Porque los clanes de la 4T no son una familia feliz: son un enjambre de cuentas pendientes, y este caso puede hacer que salten.
Y claro: nunca falta quien, en el nombre del orden, del movimiento o de la gobernabilidad, pretenda resolverlo todo con fuego. El viejo recurso de la aniquilación. Con “A” de presidenta.
Mientras tanto, lo único claro es que el escándalo Rocha Cantú se cocina con ingredientes suficientes para dinamitar alianzas, forzar lealtades, exhibir hipocresías y revelar que la famosa “continuidad con cambio” huele más a continuidad que a cambio.
Porque lo viejo no acaba de morir.
Y lo nuevo, aunque gobierna, todavía no manda.





