Por Alejandra Del Río
Durante décadas, la afiliación del Partido Revolucionario Institucional a la Internacional Socialista fue más un gesto simbólico que una convicción ideológica. Un anclaje discursivo a una izquierda institucional que, en su momento y en el contexto histórico del mismo, sumado a las raíces social demócratas del partido resonaba positivamente en el Priísmo, con el tiempo en los hechos, el PRI fue alejandose cada vez más de las izquierdas radicales y convirtiendose en un partido de centro-izquierda. Hoy, su salida formal de ese bloque no es un accidente ni una anécdota: es la confirmación de un cambio de timón estratégico en un continente que vive una recomposición política acelerada y en un país donde la izquierda en el poder se radicaliza y apunta apresuradamente a un autortarismo que se aleja de los principios democraticos que fundan al PRI.
La decisión de romper con la Internacional Socialista ocurre en un momento clave para América Latina. La narrativa progresista que dominó la región durante dos décadas muestra claros signos de desgaste. Los gobiernos de izquierda enfrentan crisis de legitimidad, economías estancadas, inseguridad creciente, nexos establecidos con la delincuencia organizada y una ciudadanía cada vez menos dispuesta a comprar relatos ideológicos y más exigente de resultados concretos. En ese contexto, la derecha vuelve a ganar terreno, no como un fenómeno marginal, sino como una opción competitiva y, en muchos países, mayoritaria.
El reacomodo regional y la influencia de Trump
El regreso de Donald Trump al centro del tablero político internacional ha sido un catalizador. Su influencia va más allá de Estados Unidos: ha reactivado redes conservadoras, fortalecido liderazgos de derecha y normalizado un discurso que antes era políticamente incorrecto. América Latina no es ajena a este efecto dominó. Argentina, El Salvador, Uruguay, el reciente triunfo de José Antonio Kast en Chile, el franco apoyo a la derecha Colombiana de los Estados Unidos y lo que sucede en otros países, muestran que el péndulo ideológico se mueve con rapidez cuando el hartazgo social supera al miedo al cambio.
En este nuevo escenario, permanecer en la Internacional Socialista resulta, para muchos partidos tradicionales, un lastre más que una ventaja. El PRI y su dirigente el Senador Alejandro (Alito) Moreno Cárdenas, parecen haber entendido que la política ya no se juega en clubes ideológicos del siglo XX, sino en la capacidad de leer el momento histórico, reposicionarse y continuar su lucha por recuperar la Democracia.
Sin embargo, la salida del PRI plantea una pregunta necesaria: ¿estamos frente a una redefinición ideológica? Porque abandonar la Internacional Socialista no equivale automáticamente a construir una propuesta de derecha moderna, liberal o conservadora con contenido, principios y rumbo claro.
Es el momento de una redifinición del PRI que lejos de refundarse en una fiesta y que esta refundación signifique un cambio de logotipo como lo hizo el PAN en fechas recientes, sin dar un golpe real de timón en operación o estatutos, se plantee una modernización real de principios que empate con la ciudadanía actual, con las expectativas de los jóvenes y las necesidades reales de un pueblo que esta viendo todos los días a una izquierda “a lo Morena” que no sabe gobernar y que tiene al país con la mayor deuda externa de su historia, en crecimiento negativo y en niveles record de violencia e inseguridad.
El México, gobernado por un proyecto que se autodefine de izquierda pero que opera con prácticas de poder profundamente autoritarias, podría verse pronto desfasado del nuevo clima regional. Mientras otros países giran hacia modelos más pragmáticos, pro-mercado y alineados con Estados Unidos, el oficialismo mexicano insiste en una retórica ideológica que ya no seduce ni siquiera a amplios sectores de su propia base.
Alejarse de esa izquierda que se acerca cada vez mas a las dictaduras de Cuba y Venezuela es una obligación de cualquier partido que enarbola principios democráticos, esa lectura ha sido evidente en la dirigencia del PRI.
En ese contexto, el movimiento de dicho partido, es también una señal hacia adentro: el tablero político mexicano está en proceso de reconfiguración y quien no se mueva corre el riesgo de quedar fuera.
La salida del PRI de la Internacional Socialista simboliza algo más profundo: el agotamiento de las viejas etiquetas. Izquierda y derecha ya no se definen solo por discursos, sino por resultados, gobernabilidad y capacidad de responder a sociedades cansadas de la simulación.
Porque en esta nueva escena latinoamericana, no sobreviven los partidos históricos, sino los que entienden el momento y actúan en consecuencia.
Y el reloj político, hoy más que nunca, no espera a nadie.





