• Once millones de indios puros con distintos grados de pobreza
• Se es indio por ser miserable, explotado, humillado, discriminado
Fernando Benítez, a quien tuve el honor de mirar de cerca en aquellos años maravillosos del Periódico de la Vida Nacional, leyendo su brevísima columna en la página frontal del diario, dedicó buena parte de su vida y su trabajo a Los indios de México.
Así se titulan los cinco volúmenes que escribió allá por los 70, dedicados a las etnias indígenas que habitan en el territorio mexicano, una radiografía de los usos y costumbres de esos pueblos.
Como el periodista lo confesó, su trabajo con los indios fue una experiencia espiritual que enriqueció notablemente su vida.
“Yo no les he dado voz a los indios. No, no es así. Pero si no he sido yo quien les ha enseñado algo a esos seis millones de mexicanos, son ellos los que me han enseñado a mí; no creo que ningún indio haya leído nada mío; ellos, en cambio, me enseñaron que todos los dioses que hemos matado en Mesoamérica están vivos en la Sierra Madre Occidental. Y no sólo están vivos, sino que rigen la vida de millares de mexicanos a quienes nosotros llamamos indios.”
La obra de Benítez fue traducida al inglés, francés, italiano, ruso, polaco y ucraniano.
Pasaron los años, los niños se hicieron viejos, los colegas contemporáneos comenzaron a irse al otro mundo – el más reciente viajero ha sido Juan Aguilera -, y muchos, sobre todo los políticos y sus asesores, olvidaron la obra de Benítez. La clase política, que no lee ni su nombre, es posible que ni siquiera sepa que este país mexicano es eminentemente indígena. Lo indio lo traemos los mexicanos en la sangre, en el color de la piel (Prietos, nos llamaba el inolvidable colega mallorquí, Jerónimo Fito Canto -, en nuestra idiosincrasia. Y menos saben los políticos actuales quién fue y qué hizo Fernando Benítez, el más puntual reseñador de la vida de los mexicanos de color de tierra y de hablar melodioso.
Actualmente, los gobernantes del PRI están más preocupados por mover a México hacia la modernidad capitalista, materialista, mediante una productividad que no se ve aún en la economía, mediante la asociación con capitalistas privados nacionales y extranjeros para seguir exaccionando el subsuelo y ahora el suelo marino, y sacar petróleo, un combustible cada día más en extinción: Y de los indios de México sólo se acuerdan cuando hay elecciones.
Pero este país, actualmente, cuenta con alrededor de 11 millones de personas que hablan otros idiomas, que no son el español, y que viven de muy diferente manera a los mexicanos sumergidos en la economía de consumo y desperdicio. Los estados de Oaxaca, Chiapas y Yucatán son los que albergan las mayores concentraciones de población indígena, y la mayoría – el 70 por ciento del total – vive en condiciones de alta y muy alta marginación de acuerdo con los criterios de los sociólogos del gobierno.
Muchos miles no saben leer ni escribir en castellano y menos en su propia lengua. Los estados que refieren un mayor porcentaje de jefes de hogar indígenas analfabetas son Guerrero, Chihuahua y Chiapas. Los índices más altos de analfabetismo en la población indígena los registran Chihuahua, Guerrero y Nayarit.
Pero Fernando Benítez tiene una claridad meridiana para descubrirnos el fenómeno de lo indio mexicano, de lo prieto: “Pertenecer a una etnia no significa ser indio, ni es la hora de precisar qué porcentaje de sangre autóctona se tiene, a riesgo de caer en el racismo. Se es indio por una mentalidad religiosa y mágica, por una lengua, por un patrón tradicional, por sentirse indio: pero también por ser miserable, por ser explotado, por ser humillado y discriminado, por ser diferente a lo que somos nosotros”.
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