A mediados de diciembre de 2010, la Arquidiócesis Primada de México consideró que las manifestaciones públicas a favor de delincuentes son producto de la intimidación de los grupos criminales a la ciudadanía y del dinero capaz de comprar voluntades, por lo cual no es un verdadero “apoyo social”.
A través del editorial de su órgano de difusión Desde la Fe, la Iglesia Católica mexicana aseveró entonces que “no hemos llegado a la decadencia moral de una sociedad que esté de acuerdo con los criminales y reclame a las fuerzas del orden”.
La pregunta, ahora, sería si ya llegamos al límite moral que nos coloque en la decadencia, pues hace un par de días, en distintas cabeceras municipales de Sinaloa, se produjeron manifestaciones de apoyo al recién recapturado Joaquín El Chapo Guzmán.
Personalmente creo que no. Aunque también veo que no nos falta mucho para convertirnos en el “país de cínicos” que augurara en su momento don José López Portillo cuando presidió a la República.
Pero de ahí a intentar convertir al señor Guzmán Loera en un capo de culto, como lo fue en su momento Pablo Escobar Gaviria para la sociedad más pobre de Colombia, creo que todavía hay una gran distancia.
Aunque hay paralelismos.
Uno de ellos, el más destacado, ubica a Escobar –en palabras de Rafael Croda para la revista Proceso—como un personaje que “para las autoridades colombianas y para el mundo era un asesino sin escrúpulos, el jefe de un poderoso cártel que puso en jaque al Estado. Para los habitantes de los barrios más pobres de Medellín, en cambio, el capo fue un benefactor a quien rinden culto y al cual han convertido en un santo, como ocurrió con Jesús Malverde en Sinaloa. A 20 años de la muerte del Patrón, su tumba es ahora un lugar obligado de peregrinación.”
Algo así, pero más grotesco, ha sucedido con el edificio de departamentos sobre la mazatleca Avenida del Mar, donde hace casi una semana fue reaprehendido el llamado Chapo. Lo han convertido en un sitio turístico, ante el cual los turistas y los lugareños se toman fotografías.
¿Es esto muestra de nuestra decadencia moral?
¿O también hay manipulación en este hecho?
EL SORPRENDIDO MALOVA
Primero lo tomaron a broma. Luego, el gobernador Mario López Valdés (a) Malova, dijo haber sido sorprendido. Ahora, las dizque autoridades sinaloenses informan que ya investigan la identidad de los organizadores de las marchas que en Culiacán, Guamúchil y Salvador Alvarado organizaron los seguidores y, supuestamente, los familiares de Guzmán Loera.
¿Sorprendido el gobernador?
Por supuesto. Su ausencia de los asuntos políticos de su estado es más que manifiesta. Sus intereses están en otra parte, muy lejos del Palacio de Gobierno en Culiacán.
López Valdés, en efecto, ha sido muchas veces señalado cual beneficiario de los favores económicos que El Chapo prodigó a cuanto político venal encontró en su camino de ascenso al sitio de “más buscado del mundo”. Hay quienes apuntan, incluso, que la campaña del contendiente priísta de Malova, Jesús Vizcarra, fue saboteada por los delincuentes, tras pactar con quien, gracias a ello, ahora cobra como gobernador.
No hay culto al capo.
Hay ausencia de gobernabilidad en una entidad que es –viendo las imágenes en las cuentas de Twitter de los juniors de los capos–, algo así como el patio de juegos de los criminales más buscados y sólo casualmente encontrados.
¿Esa ausencia de gobernabilidad, entonces, también es pactada con los narcos?
¿O es sólo producto de la indolencia del sorprendido Malova?
Lo sorprendió el operativo que el lunes 17 de febrero llevaron a cabo las fuerzas federales en Cualiacán.
Lo sorprendió la captura de El Chapo, la mañana del sábado 22 de febrero.
Dice estar sorprendido por la marcha “de apoyo” –y también “de a huevo”—a favor del delincuente, la tarde del 26 de febrero.
Y aunque para nosotros ya nada de esto es sorpresa, también vale preguntar ¿qué otra cosa sorprenderá a Malova?
Índice Flamígero: En aquel editorial del órgano católico Desde la Fe, también se leía que “para la Iglesia es claro que las manifestaciones ‘espontáneas’ a favor de los delincuentes se explican más bien por las presiones de los mismos criminales hacia la sociedad, que la intimida para que se manifieste contra las fuerzas del orden.”