¿Y qué pasa con la Comisión Nacional contra la Corrupción?
La corrupción se inocula en el momento de la concepción
En tiempos de los gobiernos de la revolución, la filosofía del mexicano era la corrupción. Y es posible que haya sido desde que los españoles embarazaron a las indias. No eran, ciertamente, los conquistadores un dechado de virtudes.
Más acá, en tiempos de las dictaduras militares en América del Sur, la filosofía de los del sur era la hipocresía, sobre todo en Brasil, Uruguay y Argentina.
Los revolucionarios, los subversivos, tenían que fingir, simular. En el día eran ciudadanos “normales” – empleados de banco, profesores de la universidad, burócratas – y en la noche cogían el fusil para luchar contra las fuerzas de seguridad.
Cayeron las dictaduras y los brasileños o argentinos dejaron a un lado la simulación como inspiración de vida.
La corrupción continuó siendo la filosofía del mexicano. La corrupción somos todos, decíamos todos en aquellos tiempos en que el presidente Miguel de la Madrid puso en marcha su Renovación Moral.
Y pasan los años, y trascurren los sexenios; gobiernos van, gobiernos vienen; se quiebra el PRI y arriban los panistas – no les gusta que se les diga que son de derecha y menos que son corruptos; pues son de derecha porque les importa un pito la suerte de los trabajadores; el presente y el futuro de los más de 60 millones de pobres; y ahora están embarrados del estercolero de Oceanografía – y la corrupción continúa siendo la filosofía de vida de los mexicanos. El cañonazo de 50 mil pesos de aquel preclaro prócer, Álvaro Obregón. se ha abultado y ahora es de miles de millones de dólares.
Los más recientes ejemplos, producto de la mala educación – ¿somos corruptos desde que nos conciben nuestros padres? – son Oceanografía y Mexicana de Aviación. Pemex, la empresa de México, tiene la fama. Los líderes de los trabajadores petroleros gozan de ese indigno prestigio; los dirigentes del magisterio, igual; los líderes sindicales, todos; los gobernantes, los diputados, los senadores, los agentes del ministerio público; los jueces.
De vez en cuando, algún presidente dice que luchará contra la corrupción. Y deja La Silla, después de seis opíparos años, hinchado de billetes. El más directo fue Miguel de la Madrid Hurtado, cuya divisa fue aquella frase, convertida en burla, de “la renovación moral de la sociedad”. La corrupción somos todos…
Y es que los mexicanos somos corrompidos por nuestros propios padres, desde antes de que uno entre millones de espermatozoides fecunde un mínimo óvulo de la que va a ser nuestra madre. Los premios y los castigos. Si te portas bien, te doy. Te lo doy, pero no se lo digas a nadie; menos a tu padre.
Y todo el mundo habla de que hay que acabar con la corrupción. Lo he oído desde que me inauguré de reportero, allá por la mitad de la década de los 60, Ya llovió. Y continúan hablando contra ella. Pero se ataca la corrupción de labios para afuera, y los corruptos continúan siendo corruptos y, lo más grave, son premiados; siguen viviendo en la total impunidad. Si acaso los meten en la cárcel unos cuantos años y salen limpios. El Ministerio Público, que tampoco se salva de ser calificado der corrupto, no sabe cómo sostener las pruebas que le presenta al juez, que tampoco se salva de ser tildado de corrupto.
En el fondo, más que la falta de rendición de cuentas y de transparencia, lo que está es la mala educación. Se nos educa para la corrupción. Hasta los resultados de los exámenes escolares, para copiarlos, son vendidos. Y no falta el cochupo al profesor para pasar la prueba incólumes.
El problema de corrupción podría afectar las expectativas e impactos de las reformas estructurales, dicen los analistas del Centro de Estudios Económicos del Sector Privado. Y vaya que sí. En México, el país más subrrealista del mundo, todo ocurre. Hasta que haya ciudadanos honestos, o gobernantes honestos, o policías incorruptibles.
Los diputados no quieren hablar de la corrupción. Desde que el presidente Peña Nieto tomó posesión, está en la agenda la creación de la Comisión Nacional contra la Corrupción. ¿Otra renovación moral, al estilo delamadridista? Y en los corrillos legislativos nadie sabe qué pasará con ese asunto.
Mientras tanto, la corrupción continúa siendo la filosofía de vida de los mexicanos.
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