• A 20 años del crimen más estúpido
• Poco ha cambiado desde entonces
La de hace 20 años fue una gira muy extraña, cargada de malas vibras, sin entusiasmo, sin acarreados, gris como el clima, anodina. Ni parecía un acto priísta, de esos en los que se desbordaban las multitudes, las fuerzas vivas.
La gira en busca de votos por la costa noroeste de México – Ciudad de México, Sinaloa, Nayarit, Baja California – fue un viaje sin retorno. Lo único que le había demostrado a los periodistas, al equipo de campaña y a los cercanos es que Colosio como candidato a la presidencia de México no prendía. Y no era por él, sino porque los priístas estaban desconcertados; el presidente entrampado con un conflicto bélico esperado pero no prevenido en la selva y los altos de Chiapas y un tratado de libre comercio sólo a la medida de los estadounidenses.
El sonorense, rescatado de los cubículos de la Secretaría de Desarrollo Social, y cuya designación como candidato sorprendió a todo el mundo, viajaba a todos lados bajo la sombra incómoda del que no tenía remedio, Manuel Camacho Solís, el malhadado delfín del presidente.
Camacho Solís, sin embargo, tomó las cosas con calma y se refugió, con permiso del presidente, en Los Altos de Chiapas, para aplacar a los indios zapatistas y renombrarse como salvador de la patria, ya que nunca sería presidente.
El avión que transportaba a periodistas e invitados a la campaña del Noroeste volaba al ritmo de la ausencia de entusiasmo, en un ambiente de incertidumbre. Algo en el viento hablaba triste. Al escribidor se le llenaba la imaginación de pensamientos e imágenes negativas, tristes. No había ese consuetudinario parlotear entre los pasajeros, muchos periodistas. Casi todos iban en silencio, algunos dormitando, otros sorbiendo tragos amargos de cerveza, o fuertes de algún licor o aguardiente.
Una travesía que empezó muy temprano en el aeropuerto de ciudad de México y a cerca de las tarde, ya en Tijuana, la última etapa, sólo daba para escribir reportes intrascendentes, dando cuenta de un candidato fracasado. Ninguna euforia entre los simpatizantes, concentraciones de muy reducidas asistencias. Discursos y discursos consabidos. De esas piezas oratorias al estilo priísta, huecas, sin sentido, demagógicas. Que nadie oía y menos daban para una nota de primera plana. Ni pensar en las ocho columnas.
Colosio iba molesto. Muy molesto con su equipo de campaña. Parecía que la gira había sido preparada para hacerle ver que él era un candidato incómodo. Que fue escogido porque el Delfín, Camacho, algún pecado grave cometió, tan grave que le valió que su padre lo castigara con el ostracismo político. No sería el candidato, el sucesor, y por tanto acababa su vida política. Muerto para siempre en las filas del PRI y en el corazón de su padre protector, el presidente Carlos Salinas de Gortari.
Chiapas era su refugio. Su salvación ya no como político sino como ser humano. Hizo muy buena amistad con el jTatic Samuel Ruíz García, con el sub comandante insurgente Marcos, con las ONG que impulsaban el diálogo para devolverle la paz al país, pero de ahí no pasaría. Colosio era el hombre. Era el que continuaría la obra de Solidaridad, el programa insignia salinista.
Dicen que al presidente no le gustó nada el discurso pronunciado el 6 de marzo, el día en que Colosio inició prácticamente su actividad como candidato oficial del PRI. Pero no es cierta esa versión. Fue el del sonorense un discurso cargado de preocupaciones sociales, como todos los discursos priístas: Revolución y Justicia Social. En aquel entonces el neoliberalismo salinista no había permeado en los priístas tan fuerte como ahora. A muchos les dolía que los mexicanos estuvieran sedientos de justicia. Incluso al mismo Salinas de Gortari. Y Colosio se constituyó en el abanderado de los mexicanos agraviados por la injusticia. Había que rehacer el tejido que había roto Salinas de Gortari con su soberbia.
Pero Colosio tendría que crecer como candidato. Tendría que conjurar la sombra de Camacho Solís y brillar con luz propia. Muchos estaban seguros de que lo lograría. Claro que lo lograría. Detrás de su imagen tranquila, callada, reservada, se escondía un político norteño. Y de Magdalena de Kino, de donde han salido grandes luchadores sociales y políticos. La oposición no tenía candidatos fuertes. Pero todo cambió en segundos. Todo ese ambiente fúnebre, triste, mala vibra, del viaje desde la ciudad de México hasta Tijuana desembocó en la más horrible tragedia nunca vista desde los tiempos posrevolucionarios, cuando los políticos se mataban entre sí por quítame estas pajas.
Colosio Murrieta fue abatido en Lomas Taurinas, en un mitin un poco más entusiasta, lleno de acarreados, que los celebrados en Sinaloa y Nayarit. La historia la conocen muchos. El escribidor la vivió muy de cerca. Quién era el interesado en que Colosio no fuera presidente. Uno de izquierda, para nada. Uno de derecha, menos. Colosio no representaba ningún peligro para nadie. Sólo era una opción del presidente para que continuara su obra y le cuidara las espaldas. Pero el Sonorense estaba dispuesto a hacer hasta lo imposible para que se convirtiera en el candidato amado por todos.
Lo mataron. Ahí fue el fin de la historia. Todo cambio dentro del PRI. Nada cambio en la realidad de ese México sediento de justicia.
Por qué lo mataron. Hasta ahora no he encontrado respuesta para esta pregunta. Yo le conocí desde jovencito como funcionario de la Secretaría de Programación y Presupuesto. Prudente, silencioso, difícil de ser entrevistado, había que sacarle a cucharadas las palabras. Nunca lo imaginé presidente de la república. Aunque en este México nuestro todo es posible.
Pero lo hicieron héroe. Y el crimen – horrendo y estúpido – no está saldado con la condena de su asesino material. Algún día lo sabremos. Quizá cuando ya haya muerto el autor intelectual.
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