El pasado 29 de octubre Sandy “atormentó” por varias horas las costas del noreste del país, en especial las de los estados de Nueva York y New Jersey.
Las pérdidas humanas llegaron a 37 y las materiales se estiman en 30 billones de dólares.
El bajo Manhattan y el Este de la isla anegados, la ciudad se paralizó por falta de transporte público por mas de una semana, la población solidaria con quienes carecían de energía eléctrica, alimentos o techo seguro no se doblegó, lo mejor de los malhumorados, siempre de prisa, manhatees afloró para extender la mano al necesitado.
A casi tres semanas del devastador huracán de grado uno, en la víspera del Día de Gracias el próximo jueves, el bullicio urbano que apenas comienza a retomar el tono, en dos o tres días abrigará el silencio de quienes abandonaran la ciudad que nunca duerme para a visitar a la familia para la celebración.
En política los republicanos continúan analizando los motivos de la devastadora derrota de su candidato Mitt Romney. Previo al meteoro asumían que la Casa Blanca la tenían en el bolsillo, sin embargo, Sandy, dicen los enterados, entre ellos el ex presidente Bill Clinton, le entregó en charola de plata al ejecutivo federal Barack Obama, la oportunidad para demostrarle al electorado su estatura como de hombre de estado.
La gestión, pre y post Sandy, del presidente Obama fue eficaz, sobria, oportuna. Sin nada a reprochar por ningún partido, menos por parte de los ciudadanos o los damnificados. De inmediato el FEMA (Federal Emergency Manangement Agency) un equivalente al programa en México DN1, entró en acción con fondos y personal, incluida La Guardia Nacional.
Para mal tino del candidato Romney, quien sugirió que la agencia federal para emergencias debería desaparecer, que es inmoral los recursos con los que cuenta y, que los estados por si mismos deberían enfrentar cualquier contingencia de la naturaleza por mayor que fuera. ¡Auch! El electorado no lo olvidó, mucho menos los opositores y los medios, que aprovecharon la oportunidad para recordar esas declaraciones en plena catástrofe.
El gobernador de New Jersey, republicano, y principal orador en la convención de su partido en donde Mitt Romney aceptó la candidatura oficialmente, no dudó un segundo en alinearse con el presidente Obama, para de inmediato poner en marcha el plan de salvamento de las zonas afectadas en su estado.
Las fotografías de los dos hombres hombro con hombro, que apenas un par de meses atrás eran adversarios políticos, le dieron prioridad a los damnificados sin mirar el color partidista, la rivalidad se convirtió en tarea común.
Michael Brown, el director del FEMA en la administración de George W. Bush, también republicano, y responsable de la lentísima respuesta cuando sucedió el huracán Katrina en Louisiana, en particular en Nueva Orleans, osó criticar al presidente Obama, bajo el argumento que se precipitó al instalar prematuramente el programa de rescate en Nueva York y Nueva Jersey.
Para el discreto gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, las circunstancias le obligaron a tomar las decisiones más difíciles, eclipsando al rey midas el alcalde de Nueva York, quien reculó, se alineó a su gobernador, y de pasada apoyó la campaña a la reelección del presidente Obama.