Tras el éxito que tuviera en 2013, hace unos días se llevó a cabo la segunda subasta para almorzar con Tim Cook, en las instalaciones que la multinacional Apple tiene en Cupertino, California. Quien compartirá el pan y la sal –como dicen los clásicos– con el sucesor del mítico Steve Jobs, ha pagado 330 mil dólares que irán a fondear directamente el Centro Robert F. Kennedy para la Justicia y los Derechos Humanos.
Estos 330 mil dólares, empero, son prácticamente la mitad de lo obtenido el año anterior, cuando el ganador de la cita para almorzar con Cook alcanzó la cifra de 610 mil dólares.
¿De qué hablarán durante el lunch Cook y su invitado ganador de la subasta? ¿Le confiará el directivo de Apple, acaso, las características del próximo iPhone? ¿Algún otro secreto que lo haga correr a comprar acciones de la empresa que cotiza en Wall Street?
Porque pagar casi 4 millones de pesos sólo por la foto en el iCloud como que no. Como que debe haber algún interés de quien ganó la subasta, ¿no cree usted?
No es el caso, por ejemplo, de quien el año pasado pagó 36 mil 750 dólares por cenar con Ferran Adrià, el célebre chef catalán, en una subasta organizada por la sucursal neoyorkina de Sotheby’s para fondear a la fundación elBulli –nombre, también, de su famoso restaurante– que el oriundo de Barcelona tiene para impulsar la innovación gastronómica.
¿Qué podría preguntársele a Adrià? A lo más, su receta de la tortilla de patatas, ¿no cree usted?
CON EL COMPRADOR, 450 MIL
Le he platicado lo anterior porque aquí, apenas la semana pasada, se llevó a cabo una peculiar subasta para cenar con dos altos funcionarios de la (todavía) paraestatal Petróleos Mexicanos.
Una cena con Emilio Lozoya Austin, director general.
Otra, más importante todavía, con Arturo Henríquez Autrey, director corporativo de Procura y Abastecimiento, el de las compras centralizadas en otras palabras.
La puja fue a beneficio de la Cruz Roja, un excelente pretexto para convocar no sólo a la crema y nata de la industria petrolera oficial, sino sobremanera para reunir ahí a los representantes, directivos y propietarios de las empresas privadas con las que Pemex hace negocios. Sus contratistas, pues.
Hubo subasta de pinturas, cierto, pero el clímax por todos esperado era la cena con Lozoya Austin, sí, pero sobremanera con Henríquez Autrey, quien por cierto recién acaba de protagonizar un escandalito internacional, al tirarles plancha los más altos cargos de Repsol.
¿Y qué creen?
Pues que, aunque se las dan de galanes, los señoritingos de Pemex vieron como fue que quienes pujaban por cenar con cada uno de ellos no eran damitas, sino varones.
¿O debería decir barones? Barones del dinero, por supuesto.
La puja para cenar con Lozoya, a final de cuentas, alcanzó los 680 mil pesos, que dicen irán a las arcas de la Benemérita Cruz Roja.
Y por Henríquez Autrey el mayor de los bids fue de 450 mil pesitos.
Nada que ver con los millones que alcanzaron el almuerzo con Cook o la cena con Adrià. Los funcionarios de Pemex, hasta eso, resultan baratitos. Una verdadera ganga. On sale!
Ahora bien, los ganadores de la subasta ¿de qué platicarán con Lozoya? ¿De los alcances de la cacareada reforma energética? ¿De algún proyecto en particular? ¿De un negocio que convenga a ambas partes… en lo personal, claro está?
Y quien cene con Henríquez, ¿le va a preguntar sobre su experiencia en el partido del Bayern Munich? ¿O aprovechará para, a la luz de las velas, plantearle un bisnes a quien todo lo compra en Pemex?
Una cosa le puedo asegurar. La única que perdió fue la Cruz Roja.
Todos los demás ganaron. O van a ganar…
Índice Flamígero: Nada bien cayó en los altos centros de mando que están “por encima de cualquier sospecha”, cual dijera el cineasta Fancesco Rossi, que el “competente” Víctor Díaz Solís, quien cobra como director corporativo de Administración de Pemex, creara, por sus pistolas, un nuevo C4 con rango de Dirección Corporativa de la empresa, para investigar las ordeñas de oleoductos o cualquier tipo de eventos “extraños”. Primero, porque la elefantiasis administrativa de cuello alto y el crecimiento exponencial de puestos burocráticos, va en contra de las órdenes que se le dieron a Lozoya de eficientar y modernizar –achicar, pues– su aparato. Segundo, porque fue a instalar las oficinas en medio del Parque Bicentenario –antes Refinería 18 de Marzo– de Azcapotzalco, que todos juraron convertir en área verde de esa zona tan contaminada. Tercero, porque las actividades del C4 nacen del “sospechosismo interno”, cuando todo mundo sabe que las autoridades deberían buscar la colaboración de los trabajadores de campo para dar con los malosos. Y cuarto, porque se pasó por las horcas caudinas a su jefecito Lozoya Austin, que ya no sabe qué hacer, porque había depositado toda la confianza en la mesura y sensibilidad de Díaz Solis, ex secre particular de su papá, desde los tiempos en el que éste encabezó el ISSSTE. Y ahora, ¿quién podrá salvarlo? Luis Videgaray no, por supuesto.