• Metida en la bronca, Dilma da vueltas y vueltas en una vía rápida
• No se le vaya a ocurrir parar las protestas con un baño de sangre
Como ante los XIX juegos olímpicos del 68 en México – cuando un gobierno represor apagó el fuego de la protesta, del descontento, de la ira popular con fuego asesino en la paradigmática Plaza de las Tres Culturas, el gobierno izquierdista de Dilma Russeff enfrenta el enojo social de cientos de miles de brasileños, que en lugar de futbol exigen – y eso que son religiosamente futboleros – pan, vivienda, alimentos, servicios de salud, educación. Todo lo que jamás han probado los magros habitantes de las favelas, las ciudades perdidas más vergonzantes del hemisferio occidental.
La prensa mexicana y la mundial han registrado y difundido, a escasas horas de la inauguración de la Copa del Mundo 2014, infinidad de protestas, huelgas, violencia, inseguridad… Brasil “arde” a horas de arrancar el Mundial de fútbol, tituló un medio mexicano.
La imagen de Dilma, de Lula, del Brasil globalizado, de la economía más pujante de América Latina está ya dañada debido a la violencia en sus estadios, los retrasos en los campos y las infraestructuras y las últimas críticas a la canción oficial. Pero cientos de miles de personas, desilusionadas de los gobiernos izquierdistas abanderados por el izquierdista Partido de los Trabajadores, están aprovechando el hecho de que el país es ahora el más luminoso foco de atención mundial para expresar el malestar social por la pobreza, el hambre, el desempleo, la inseguridad, la falta de escuelas, de servicios de salud. Igualito que en México, una economía que pretende superar lo logrado por los gobiernos brasileños y retomar el liderazgo en el subcontinente.
Un analista de la cadena de televisión estadounidense CNNMéxico expresó que en Brasil se disputarán, a partir del 12 de junio, dos mundiales: el que se escenificará en las canchas de futbol y el que está ya inaugurado en las calles, en las favelas, en las protestas crecientes de la gente que encuentra insatisfechas sus demandas sociales y que ve en la competencia deportiva una oportunidad para que el mundo sepa de su enojo.
Desde el año pasado, cuando las protestas sociales se iniciaron, en ocasión de la llamada Copa Confederaciones, Dilma Russeff no ha sabido cómo detenerlas. No le alcanza la imaginación ni a ella ni a Lula, su mecenas, ni a sus asesores medio marxistas para por lo menos paliar la situación de los pobres, de los desempleados, de los muertos de hambre que buscan cotidianamente residuos de comida en los basureros, porque como en México, en las ciudades brasileñas, aunque usted no lo crea, hay cientos de miles de personas que no comen bien tres veces al día.
Mientras, el gobierno trata de cumplir un compromiso firmado con la empresa privada llamada FIFA (Federación Internacional de Futbol Asociación) hace por lo menos una década, no tiene ni la menor idea de cómo lograr la paz social ante los ciudadanos enardecidos, muchos indudablemente impulsados por la oposición al gobierno laborista, pero cuyos motivos son reales. Se cuestiona en las calles los excesivos gastos a cargo del Erario para la organización del Mundial y a ello se han sumado las huelgas de transportistas y policías en varias ciudades.
El 72% de los brasileños, por lo menos, se muestra “insatisfecho con la marcha del país”, y 61% estima que fue mala idea albergar la Copa Mundial, ya que se llevó el dinero de las escuelas, la atención de la salud y otros servicios públicos, de acuerdo con una encuesta publicada muy recientemente por el Centro de Investigación Pew, con sede en Washington, D. C.
La cadena de la televisión estadounidense reportó que la gente que sale a las calles en Brasil critica que se hayan dedicado cerca de 11,360 millones de dólares a la organización del Mundial en lugar de invertir ese dinero en un mejor sistema educativo o sanitario.
Según un informe de la presidencia brasileña, el gobierno invirtió en infraestructura para la Copa 17,600 millones de reales (aproximadamente 7,800 millones de dólares) en obras de movilidad urbana, transporte público y modernización de los principales aeropuertos; mientras que en los estadios se invirtieron 8,000 millones de reales (3,560 millones de dólares), de los cuales la mitad son préstamos, según el reporte.
Peor tantito. En vez de endeudarse para paliar la miseria, la pobreza, el hambre…
Ay, México. No se les vaya a ocurrir la peregrina idea de pedir la sede de otra olimpiada u otro mundial, por piedad. Aquí tendremos que ir bien con la cruzada contra el hambre, por lo menos.
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