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Harta actividad política se desplegó este lunes, contradiciendo aquel adagio de que “en lunes ni las gallinas ponen”:
En el patio central de palacio, el presidente Peña Nieto promulgó las reformas y las leyes secundarias en materia de Telecomunicaciones, para acabar con los monopolios, aunque estos, júrelo, seguirán camuflados con empresas manejadas por prestanombres, aún en contra de los mejores deseos del mandatario.
Los mexicanos son expertos en inventar atajos para evadir o burlar la ley. Esta maña no se las quitará nadie, mientras la mayoría de los políticos no dejen de ser tramposos y transas.
El objetivo de las reformas no es despreciable. Suena congruente en sus “cuatro ejes” diseñados por los expertos del Presidente: Internet, al alcance de más mexicanos (nunca al alcance de las millonadas de pobres que apenas tienen para medio vestirse, medio curarse, medio comer, medio…); telefonía más eficaz y costos accesibles para la población (¿será?), y mayor competencia en radio y televisión (en estos asuntos es donde la puerca tuerce el rabo, porque la competencia se dará entre prestanombres).
La reforma debe, al decir de Peña Nieto, incrementar la prosperidad “porque fomenta la competencia, la productividad y la innovación”; reduce costos de operación de las empresas en todos su tamaños -micro, pequeñas, medianas y grandes-, pero lo más importante, genera ahorros para las familias mexicanas.”
Cómo me recuerda cuando habla el presidente que, durante el año y medio que lleva gobernando, el discurso oficial es de “debes”, de ilusiones, de promesas, de expectativas – la reforma va a incrementar… la reforma va a modernizar… la reforma va a modernizar, va a incrementar la productividad… -, pero no hay “haberes”, hechos tangibles. Por lo pronto la reforma fiscal metió en un verdadero brete, endemoniado problema, a todos los que cumplen con sus obligaciones con el fisco, menos a los grandes pulpos de la economía, a quienes inclusive Hacienda les sigue perdonando millonadas.
Aunque puede que sea muy temprano para sacar conclusiones. Pero lo que sí es un axioma (una verdad evidente que no necesita de demostración) es que de promesas está empedrado el camino del infierno. Se lo digo con todo respeto a la investidura del Ejecutivo.
No estoy muy seguro de que la reforma asegure la libertad de expresión. En cualquier parte del mundo oriental y occidental los gobiernos mantienen aparatos sofisticados para escuchar o leer lo que dicen o escriben los internautas. Verbi gratia, la NSA (National Security Agency), o el subdesarrollado Cisen (Centro de Investigación y Seguridad Nacional), que no dejan una ni para comadre.
No estamos llamados a chuparnos el dedo, creyendo que lo que volcamos en nuestros administradores de correo, o en las redes llamadas sociales, no es objeto de escucha de la policía política. Sería idiota que los escuchas gubernamentales no dieran seguimiento, sobre todo a la oposición, al PAN, al PRD, a la chiquillería de izquierda, e inclusive a académicos, periodistas, políticos y organizaciones no gubernamentales, que de repente son un peligro para la “seguridad nacional”. Eso siempre se ha practicado aquí y en China.
Pero dejémoslo ahí porque también viene ya – casi están listos los dictámenes en el Senado – la bronca de la aprobación de las leyes secundarias de la reforma energética, que abrirán las puertas de Petróleos Mexicanos a millonarios inversionistas extraños. Y en esto, aunque las intenciones presidenciales sean buenas, hay infinidad de mexicanos que no están de acuerdo e inclusive están indignados, y no me refiero al PRD o los partidos chiquitos de la izquierda, incluido Morena, que ya está registrado por el INE. Los perredistas se presentan con piel de oveja criticando al presidente, pero a la hora de la hora lo único que hacen es berrear en la tribuna. No, sino a muchos mexicanos sin partido, que piensan que Pemex dejará de ser “de los mexicanos”, cuando nunca lo ha sido.
La reforma energética va porque el Peña Nieto es un convencido liberal que cree que las empresas no deben ser propiedad del gobierno, porque siendo así son ineficientes e improductivas y puede que tenga razón. Al final de cuentas no importa la propiedad, sino que sean bien administradas, sin corrupción, productivas y competitivas, y que paguen sueldos y salarios justos, remuneradores, a sus empleados y trabajadores. Ah, y que Hacienda no les perdone carretadas de millones de pesos en impuestos. (Esto está en chino en una economía fondomonetarista).
Ayer también el coordinador del PRD en la de Diputados, Silvano Aureoles, desestimó las predicciones de que con la vuelta al huacal institucional de Andrés Manuel López Obrador, con su Morena, vaya a haber una desbandada de las filas amarillas. Lo veremos porque en la bandada perredista hay muchos emboscados que tienen su corazón con el tabasqueño, y lo mismo ocurre en el Partido del Trabajo y en el Movimiento Ciudadano. Y mayormente en las bases que, créalo usted, suman 5 millones. Veremos de qué cuero salen más correas.
Por lo pronto, el señor López Obrador rectificó y se alineó a una institución (el INE) que mandó al diablo en septiembre de 2006, cuando Fox Quesada presentaría su último informe de gobierno y le valió que los oficialistas dijeran que era “un peligro para México”.
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