• Poder adquisitivo, muy disminuido
• Frutos: informalidad o criminalidad
Manda la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos: Los salarios mínimos generales deberán ser suficientes para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia, en el orden material, social y cultural y para promover a la educación obligatoria de los hijos…
Sólo eso. Sólo este párrafo de la fracción VI del inciso A del artículo 123 constitucional da absoluta certidumbre y claridad de lo que los trabajadores deben de percibir por su trabajo:
Un salario mínimo justo y remunerador. Un derecho humano que se violenta desde siempre. Y ahora más, cuando el salario mínimo se ha convertido sólo en una referencia que nadie toma en cuenta y que nadie respeta.
Y éste es uno de los derechos humanos fundamentales que, si se respetara y privilegiara, se evitarían muchos problemas de inseguridad pública, porque muchos que se vuelven delincuentes lo hacen, no porque les encante delinquir, sino por hambre.
Pero resulta que los salarios – calculados en base al salario mínimo – que percibe la mayoría de los trabajadores no son ni justos ni remuneradores.
La inmensa mayoría de los trabajadores vive al día, en una pobreza que no es categorizada ni por el Consejo Nacional de Evaluación ni menos por las agencias econométricas como el Instituto Nacional de Estadística y Geografía.
Claro que la violación al derecho humano, constitucional, a un salario mínimo “suficiente para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia, en el orden material, social y cultural y para promover a la educación obligatoria de los hijos” no es tan escandalosa y mediática como el acoso, la violación sexual, la tortura, las desapariciones forzadas, las amenazas y extorsiones etcétera.
Sin embargo, es un asunto que debe estar en el meollo del tema de los derechos humanos.
Este martes, el diario mexicano El Universal divulgó en su web site un reporte que revela que la descomposición que, en los últimos años, ha observado el mercado laboral en México, a consecuencia de un débil crecimiento económico y baja inversión productiva, ha propiciado que el salario de los trabajadores se encuentre en niveles inferiores a los observados antes de la crisis de 2008.
Pero no sólo el salario mínimo se ha deteriorado. También las percepciones que reciben los trabajadores del sector formal de la economía. De acuerdo con datos del Instituto Mexicano del Seguro Social, en el primer semestre del presente año de 2014, el salario medio real de sus afiliados se ubicó en 8 mil 450.4 pesos, cantidad que muestra una baja de casi un punto porcentual real acumulada en los últimos seis años.
Clemente Ruiz Durán, prestigiado economista de la Universidad Nacional Autónoma de México, les explicó a los reporteros del periódico citado que hay una descomposición del trabajo en los últimos años, consecuencia de un crecimiento económico moderado, que se encuentra por debajo de su potencial; el coeficiente de inversión no ha sido suficiente para generar mayor formación de capital fijo y, por el contrario, la informalidad ha tenido un avance importante, lo cual afecta a la masa salarial del sector formal de la economía, ya que se generan empleos, pero de bajos salarios.
O sea que las empresas contratan personal con las condiciones mínimas, o bien de informalidad, y la tendencia al deterioro continuará mientras no se tenga un crecimiento económico sostenido de largo plazo.
Aquí está el quid. Una economía que no crea empleos justamente remunerados, o que mantiene a una población importante en el desempleo, puede ser calificada de economía fallida.
El objetivo de toda economía es crecer y crear empleos. Aún más, lograr el pleno empleo para que los trabajadores vivan con una calidad de vida suprema, inclusive para destinar un tiempo justo al ocio y el esparcimiento. Y para que la demanda crezca y el capital tenga rendimientos.
Así que, al abordar el tema del respeto a los derechos humanos, hay que incluir esta terrible injusticia económica, que es causa de la pobreza generalizada de los trabajadores, muchos de los cuales, en el paroxismo de la angustia y la desesperación, se ven impulsados al delito. Cómo recuerdo ahora a Tomás de Aquino, uno de los filósofos que normaron la vida de Occidente durante muchos siglos: in extremis omnia sunt communia.
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