Los gobernantes, que en realidad son empleados del pueblo, no se dan cuenta; no se dan color, como se dice en lenguaje popular, de que la vida que ellos viven la viven en un mundo color de rosa. y es muy distinta, contraria, chocante al mundo desolador, desesperante, triste, gris, doloroso, mojado de llanto, de muerte, de represión, de todos los infortunios diabólicos, en el que sobreviven los trabajadores, inclusive una muy buena porción de las clases medias.
El mundo en que los políticos y sus economistas viven – y vaya que viven como príncipes y princesas aztecas -, es una concepción quasi divina, de reality show, producciones cinematografias jolibudenses, de televisión, de totalmente palacio, de Las Vegas y Cancún.
Los economistas gubernamentales hablan, semana a semana, de unos indicadores económicos que sólo existen en su imaginación (había escrito equivocadamente “imarginación”, y habría quedado muy ad hoc ese engendro de palabra porque en realidad tales economistas se marginan de la realidad)-
Los criterios que los economistas de Hacienda emplean servirán para medir una una economía de casino, de Lotería, de azahar, de palenques, pero no para medir los perniciosos efectos que tiene sobre la vida de los trabajadores, que son legiones en una geografía no muy generosa como la mexicana.
Ad ovum, los jovencitos de casimir inglés al servicio de don Luis pretenden hacer creer (algunos de ellos ni se la creen, pero me temo que si se los crea su jefe, porque ante los infortunios de México ellos necesitan creer en que están haciendo bien su trabajo) que las cosas de la economía van muy bien, aunque los sabuesos de la Procuraduría General de la República aún no hayan dado los restos calcinados de los muchachitos normalistas de Ayotzinapa, hecho que tienen indignados no sólo a millones de mexicanos, sino a muchos extranjeros en el exterior.
Qué pena me dan esos economistas al servicio del gobierno, para quienes la realidad del desempleo, del empleo injustamente remunerado, de la desprotección social de los trabajadores, de su vulnerabilidad ante la avaricia de los dueños, de la pobreza, de la miseria, de la indigencia, no cuenta en lo más mínimo. Sólo cuentan las cifras y porcentajes en una hoja de Excel, y con ella pretenden engañar a la gente, sobre todo a los que saben, a los expertos económicos de los grandes sindicatos patronales, a los académicos de las universidades, a los analistas del periodismo.
Y al tiempo que le llevan las cuentas a esa economía casino, semana a semana se refocilan en los buenos deseos que abrigan en su pequeñito corazón: la política económica sin resultados positivos para las mayorías. La política económica del deber ser. México, una economía del mañana. ¡Desde cuándo; por lo menos desde hace por lo menos 32 años vengo escuchando las mismas imprecaciones: La economía… será… con esa política, alcanzaremos… las reformas estructurales consolidarán… la mexicana es una política económica futurista. Lo mejor llegará en los próximos años… Y nunca llega.
Y no estoy seguro, pero me temo que la liga esté a punto de reventarse, fuertemente estirada por la violencia y el asesinato en Tlatlaya y en Iguala. Tanto que si no presentase don Jesús con los restos de los estudiantes masacrados, todo podría incendiarse, como fue incendiado el palacio de gobierno de Chilpancingo. Y entonces todo el tinglado se vendría abajo. Las engañosas cifras de esta economía casino se quedarían en el basurero. Y no hay que olvidar que Tlatlaya e Iguala ya dieron al traste con las reformas.