• El periodismo que no es incómodo es propaganda
• Una generación de reporteros, única, irrepetible
Y qué puede hacerse, colegas. Duele que mueran los periodistas que antes no morían. Quienes, tan acostumbrados a reportear, a denunciar, a vivir, nunca pensaban que morirían.
Duele que mueran los que se constituían en voz de quienes no tenían voz, los desheredados, los explotados, los excluidos; los que vivían la vida destapando cloacas, porque los políticos salían de las cloacas para aprovecharse de los incautos. Los que no dejaban que los políticos los ahogaran en las cloacas, en el mismo estercolero.
El consuelo que me queda, como dice la canción, es que por allá, quién sabe dónde, quizá debajo de la tierra, quizá encima de las nubes, o en alguna corriente de agua torrencial, o en el fuego, o en el cuerpo de un colibrí, o en el de mi perro Jami, volveremos a encontrarnos, con la conciencia de que la muerte nos iguala con el mismo rasero.
Lo bueno es que sí aprendí y mucho de estos periodistas únicos, inigualables, irrepetibles, contradictorios, profanadores de sacralidades, iconoclastas, como toda esa generación que nos arrimamos a un personaje que no cabía en esta sociedad del desconocimiento, de la inconciencia, de la simulación, de la mentira, de la corrupción y de la impunidad.
Y estoy hablando de todos los que se han ido antes que yo. De Fausto Fernández Ponte, de Raúl Torres Barrón, de Carlitos Borbolla, de mi Tocayo Paco Ponce, – hijo del Brujo, mi amigazo de la sección de deportes -, de mi tocayo Paco Fe Álvarez, el de la voz fuerte y seca, como la mía, que podemos caer mal al principio; de Miguel Ángel Granados Chapa, de Vicente Leñero, de la maravillosa Elenita Guerra.
Todos, en un Excélsior libre, profesional, el periódico de habla hispana más importante del mundo de habla hispana. Un diario en el que, como decía un colega, hasta el más chimuelo mascaba tuercas. Una pléyade de genios, de preclaros, de reporterazos, de dueños, de egos.
Y en medio de todos, como un tlatoani, como una divinidad, Julio Scherer García, el director, madreando a medio mundo digno de ser madreado, desde presidentes de la república hasta policías asediados por las moscas de Abel Quezada. Que ese era el mandato del periodista: divulgar lo que no le gusta a los poderosos. Periodistas, a modo de la parcialidad, porque el periodista verdadero nunca podrá ser imparcial. Siempre tendrá que tomar parte de quienes son los agraviados por los poderosos.
La más maravillosa experiencia de mi vida como reportero. Llegar a aquel Excélsior y ser recibido por Julio Scherer García. Y escuchar de sus labios, en aquella oscura oficina desde donde daba las órdenes de trabajo, en Reforma 18. Don Francisco, hay que dar un campanazo.
Y luego, el éxodo, empujados por la violencia del desgraciado de Luis Echeverría, aquel desgraciado 8 de julio de 1976, cuando el sátrapa mandó a una legión de sombrerudos velazqueanos a darle sepultura a la libertad de prensa, al profesionalismo periodístico, y darle posesión al que era el dedo chiquito de Julio, Regino Díaz, quien todavía tuvo la osadía de repetir en público la advertencia que habíamos pronunciado Fernando Meraz y yo, horas antes de la malhadada asamblea de cooperativistas, de que si se iba Julio nos íbamos nosotros. ¡Fariseo simulador!
Y luego el Semanario Proceso – había que continuar haciendo periodismo, destapando cloacas -, el hijo enfermo de Julio del 76, desde donde nos imaginábamos, enfermizamente, en Reforma 18, la derruida Catedral del Periodismo mexicano.
Y ahora, como ocurre con todo proceso de vida, Julio Scherer García ha pasado a vivir en la Eternidad Feliz, en el cielo de los reporteros incómodos a los poderosos, de los reporteros iconoclastas, de los reporteros que plantean preguntas molestosas, igual si el gobierno de de izquierda o si es de derecha. Si existe el cielo proclamado por las religiones, voy a creer que ese reporterazo está ya cuestionando las contradicciones celestiales. Jajaja.
Mucho le debemos a este ejemplar mexicano, sobre todo su valor y entrega en denunciar y cuestionar a los gobiernos priistas represores y corruptos que pretendieron borrar su pluma crítica y veraz lo cual no pudieron hacer y Julio Scherer continuó sin descanso cual Quijote atacando a los molinos de viento, pluma en ristre.