RODOLFO VILLARREAL RÍOS
Hace unos momentos concluyó la mañana del 5 de octubre, son las 13:30 horas. A lo largo del día, a través del ventanal he venido observando como las nubes y el sol sostienen una competencia en pos de dominar el panorama. En medio de lucha, los maples aparecen con sus hojas tornadas en rojizas como señal de que el otoño ha llegado en su tránsito fugaz antes de que el invierno se apodere del ambiente y los suelos vuelvan a cubrirse de blanco. En medio de esa visión bucólica, me encuentro con el recuerdo de que hace exactamente un siglo habías arribado a este mundo.
Era el inicio de un trayecto largo que transitarías durante casi noventa y tres años. En el trascurso de estos de todo hubo, buenos, regulares y malos momentos, pero en cada uno de ellos prevaleció tu fe inquebrantable que eran parte de la vida y había que tomarlos en su dimensión justa como parte del diario acontecer. Bajo esa filosofía lo afrontaste todo hasta que el Gran Arquitecto decidió llamarte a la cita inexorable. Desde entonces, cada día de cada año mi hermana, mis hermanos y yo recordamos que, aún cuando físicamente ya no te encuentres entre nosotros, algo tenemos que evocar respecto a ti.
Hace diez años, cuando por vez primera decidí dedicarte el espacio de este mi escrito semanal, traté de sintetizar lo que había sido tu vida a lo largo de nueve décadas. Recuerdo con cuanto gusto lo recibiste tanto al leerlo como al momento en que tus amistades te llamaban para felicitarte y mencionaban lo publicado. A la hora de la celebración, ahí estábamos tu compañero de sesenta y un años de matrimonio y nueve de noviazgo, tu hija, tu hijo menor y tu hija política, y yo. Posteriormente, se incorporarían tus tres sobrinas más allegadas. Así eran nuestras celebraciones, aún las más importantes, nada de excesos.
Lucías radiante, mucho fue lo que tuviste que luchar a lo largo del tiempo para poder arribar a tu edad madura, poder vivir tranquilamente y realizar tus sueños sin importar la edad cronológica. Estabas satisfecha en tu casa, la que edificaste con junto con mi padre, en la cual disfrutabas cada momento, era tu espacio.
Estabas plenamente satisfecha de que, a esa parvada de chamacos, tus hijos, los habías educado, convertido en profesionales y gente de bien, a más de haber transformado a tu compañero de vida hasta lograr que triunfara. Todo ello bajo cuatro principios fundamentales en los cuales no cabía simulación alguna: honestidad, lealtad, agradecimiento y jamás doblegarse ante la adversidad.
Ese día, estábamos convencidos de que, dentro de 10 años, hoy 5 de octubre, estaríamos celebrando con tu presencia física el centenario de tu nacimiento. Sin embargo, había quien tenía otros planes y eso no fue factible.
Han trascurrido 2635 días desde que partiste a tu cita con el Gran Arquitecto. No voy a ponerme a describir el suceso, ya lo hice en su momento. Prefiero recordar nuestras pláticas de los últimos años cuando, tras de la cena, nos quedábamos charlando hasta que el sueño nos indicaba que era hora de concluir. Esa era una costumbre que desde la infancia había adquirido, entonces lo hacía desobedeciéndote y, evitando irme a dormir, prefería estar ahí mientras escribías aquellas cartas largas a mi padre. En algunas de esas ocasiones, el silencio de la noche era interrumpido por el canto de las lechuzas que, aun cuando pocos lo recuerden, merodeaban por el pueblo.
En otras ocasiones era el estruendo de la lluvia y los rayos que generaban sonidos tronantes. En los tiempos previos a tu partida, las conversaciones que tuvimos me hicieron comprender muchas cosas de tu entorno familiar y de nuestro proceso de formación. Estoy cierto de que con gran interés habrías escuchado acerca de todo lo que he averiguado durante los últimos años sobre el pasado familiar en un pretérito que comprende muchos, muchísimos, años previos a tu llegada a este mundo.
Al llegar este día, cada uno de nosotros hemos de recordar tu aniversario de manera distinta.
Estoy cierto, con toda certeza, de que, a mi Padre, al mayor de tus hijos y a tu hijo político ya los encontraste allá en donde estás y juntos habrán de celebrar tus cien años.
No tengo duda de que, desde ese sitio, observaras como tu hija ha actuado y obtenido éxito cuando hubo de enfrentar dificultades que para otra habrían sido insalvables. En medio de ello, atendió tu consejo, tú sabes a cuál me refiero. Todo eso, le permitió que hoy, ella y tu sobrina más cercana decidieran viajar y celebrar el centenario de tu nacimiento desde el otro lado del Atlántico en la ciudad en donde se dice la luz brilla más que en otros sitios.
El cuarto de tus hijos, tu cómplice en aventuras poéticas, lo hace escribiéndote poemas y, el que hoy te dedicó me permito incorporarlo a este escrito sin solicitarle su autorización. Se lee así: “Mi hermana , está en la parte más alta de la Torre Eiffel, tiene en la mano derecha, flore , margaritas, crisantemos y rosas , en la mano izquierda un corazón de Plata, es un prendedor para ponerlo sobre el corazón de mamá , mamá cumple cien años y de acuerdo a su costumbre lleva los labios rojos , y con esos labios rojos pronuncia un poema de una mujer que se recompone para seguir en la vida siendo una mujer, mi hermana, mamá y mi prima caminan los Campos Elíseos con una sonrisa en los labios, son las tres mujeres más hermosas que existen sobre la tierra, están en París, felices, sonrientes, renovadas, porque lo merecen, porque han hecho que la suerte esté de su lado, París , hoy brilla más, porque ellas están allí, para darle más luz a la pleonásmica Ciudad Luz”.
El menor de tus hijos, sin decir nada, estará recordando, y viendo orgulloso, esa fotografía de tu juventud en la cual apareces con un abrigo beige y guantes, mientras caminas por una de las calles del pueblo con una actitud que te muestra con decisión firme como una mujer adelantada a su tiempo, segura sin necesidad de clamar posturas falsas de emancipación femenina, tu no requerías de ello. A la vez, en sus oídos, resonarán las palabras que en muchas ocasiones le repetiste y que finalmente atendió dándote, cada día, las gracias por haberte escuchado.
Tus dos hijas políticas te rememoran con un cariño como el que les otorgaste cuando las acogiste como parte de tu familia. Las hijas de mi hermana, las de mi hermano menor, las mías, así como mis hijos, constituidos como tus nietas y tus nietos, continúan añorando a la abuela que todos hubiéramos querido tener. A la par, van por la vida mostrando que más allá de los momentos gratos aprendieron de ti como enfrentar los retos, por más difíciles que parezcan, sin doblegarse, y vaya que han desplegado el carácter ante los momentos de mayor adversidad. Con tus tres bisnietos no tuviste oportunidad de convivir, a ella y a ellos solamente los conociste por fotografía.
Yo, por mi parte, además de escribirte estas líneas, decidí editar un libro que está dedicado a ti y en él cual busco honrar dos de los valores fundamentales bajo los cuales me educaste, la amistad y el agradecimiento. Los volúmenes están listos en espera de ser distribuidos.
En medio de todo lo descrito, prevalece en mí tu recuerdo como el de una mujer con un carácter a prueba de todo. Jamás aceptaste que quisieran “pobretearte”, tu sabías que aquello era transitorio y estabas segura de que, como sucedió, a la hora del corte de caja final, los activos superarían por mucho a los pasivos. En todo momento, trataste de que no dejar pendientes y con antelación indicaste a tu hija, la confidente de todos los días, lo que había que hacer al momento del llamado a la cita inexorable.
Finalmente, las nubes ganaron la batalla al sol y al caer la tarde el gris prevalece sin que la lluvia aparezca. Es el día del centenario de tu nacimiento y lo observo a miles de kilómetros de distancia del pueblo con la nostalgia de los tiempos idos y, ante tu ausencia física, no me queda sino revisar las fotografías, en especial aquella tomada, por el cuarto de tus hijos, exactamente seis meses antes de que partieras.
En ella, entre las flores, lucías radiante y feliz con tu saco rojo. Hubiera deseado celebrar el centenario de tu nacimiento con tu presencia, pero en el libro de los tiempos estaba escrito que eso no sería factible. Ante ello, no me queda sino enviarte, hasta el sitio en que el Gran Arquitecto haya decidido ubicarte, mi agradecimiento por haber tenido la fortuna de que fueras mi madre, DOÑA ESTELA RÍOS SCHROEDER. vimarisch53@hotmail.com