EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Breve historia del tiempo (Fotografía de la Mtra. Gabriela Bermeo, 2020.)
Ciudad de México, sábado 19 de septiembre, 2020. – Hace unos días, cuando supimos que habían montado en el Museo Jumex la misma escultura que Gonzalo Lebrija fotografió en el 2010, titulada como As Time Goes By o A medida que pasa el tiempo y que ahora la titulan como Breve historia del tiempo, entonces, decidimos salir del confinamiento para ir a verla –en el camino tarareamos la canción que Sam cantaba en Casablanca en donde un beso es un beso y un suspiro es un suspiro, sobre todo, cuando tratamos de explicarnos lo importante en esta vida a medida que pasa el tiempo–, para disfrutarla en vivo y en directo e imaginar cómo fue que Gonzalo logró convertir en escultura una historia de amor en donde todos deseábamos que, por favor, se detuviera el tiempo.
Hace diez años diseñó el coche color negro brillante (como mi alma), elegante como pocos, con unas molduras plateadas que enmarcan el parabrisas y las dos puertas, para colocarlo en caída libre vertical y detenerlo justo antes que toque el agua, una posición que resulta angustiante y que puede desatar varias interpretaciones, según quien la vea: unos cerramos los ojos para no ver cómo es que se hunde, al tiempo que nos da gusto verlo suspendido al borde, como si fuera un cuento de hadas, justo antes de lo irremediable.
Gonzalo Lebrija y Francisco Ugarte son dos amigos, parientes y artistas tapatíos que han logrado tener una carrera impresionante con muchas obras únicas, bellas y plenas de ingenio.
Hace un par de años, Ugarte expuso Paisajes literarios cuando se le ocurrió enmarcar una o dos páginas perfectamente recortadas de algún libro, como La Peste de Camus, en donde subrayaba, también perfectamente, frases en donde el autor describe algún paisaje. No miente, sólo juega y los que tuvimos la oportunidad de verlas enmarcadas quedamos encantados. Otra manera de ver esos paisajes.
Otra de sus obras es un óleo que, al verlo, no pude menos que sonreír: en un fondo blanco escribió con letra Palmer, sin despegar las letras, lo siguiente: I wish I could paint a beautiful landscape.
Por fin entiendo al arte conceptual, ese que juega con el espectador, que lo provoca y lo despierta, lo saca de su confort para quedar atrapado en un juego de imágenes o palabras hechas con tal ingenio que nos sorprenden por ese don que tienen para ver los ‘casos fundamentales de la vida’ de otra manera: le dan una vuelta a lo que los simples mortales nos habíamos imaginado, como Gonzalo que logró suspender el tiempo o Francisco que nos confiesa con palabras y no con imágenes su deseo –que es el nuestro–, cuando dice que le encantaría poder pintar un bello paisaje, como el que nos imaginamos así, con letras, disfrutándolo de esa manera.
Son dos artistas con los que he logrado conectarme, tal vez por la complicada sencillez de sus propuestas y los giros inesperados que les dan a algunos conceptos que me hacen sonreír y, por eso, disfrutar de sus retruécanos deliciosos hechos con una belleza sin igual.
Hace un par de años me propusieron entre los dos diseñar las portadas de mis libros y, yo, encantado de la vida acepté con mucho gusto. La primera fue la portada de Catarsis para colmar las grietas del alma (BonArt, 2019), que resultó ser una obra minimalista de primera y, ahora Antes que te cases, mira (bien) lo que haces (BonArt, 2020) donde están un hombre y una mujer, frente a frente, guardando la sana distancia, delante de un fondo perturbador para que, de esa manera, le dieran al blanco de las historias que propongo en esa modesta obra literaria, para darnos cuenta de los disimulados engaños.
Nobleza obliga. Después de estar confinados siete meses, salimos sólo para ver la obra de Gonzalo, gozando de verla de cuerpo entero, donde nos cuenta como mago una historia en donde logra que se suspenda el tiempo.