EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Sacudida por la inmensidad del cielo estrellado…
Ciudad de México, sábado 9 de abril, 2022. – Nadie nos enseña cuándo debemos hacer las cosas, es decir, cuándo hay que hacerlas oportunamente de tal manera que eso que hagamos nos beneficie, ya sea que compremos o vendamos, abramos o cerremos lo que tanto trabajo nos cuesta, pero que ya no funciona.
Creo que es la intuición la que nos dice cuándo debemos hacerlo —como un impulso— y, si le hacemos caso, parece que hemos entendido el Soneto de Renato Leduc como si fuera nuestra guía para decidir qué y cuándo hacer, una vez que hemos adquirido la “sabia virtud de conocer el tiempo”.
Hemos visto lo que pasa cuando las personas no se retiran a tiempo, como también hemos conocido a uno que otro que lo ha hecho justo a tiempo, como mi amigo Adolfo Patrón, quien planeó su retiro de Resistol —la empresa que había fundado y convertido en toda una corporación—, planeándola con tiempo para hacer todo lo necesario, incluyendo, la publicación de las memorias de la empresa hechas por historiadores del Instituto Mora, mismas que tuve la fortuna de publicar, para que las nuevas generaciones conocieran lo que empezó en el garaje de su casa.
Una vez cumplidos los 65 años se retiró y, por pura intuición —como me lo dijo un día—, a tiempo vendió las acciones que tenía en la bolsa antes del crack de octubre del 87, después de tener rendimientos del 690%. Adolfo dejó la ciudad de México para irse a vivir a Mérida —el mismo lugar del que había partido. Estando ahí, fue reconociendo a sus amigos de la infancia, seguía jugando golf y por amor al arte fundó la Orquesta Sinfónica de Yucatán (OSY), disfrutando los últimos 30 años de su vida al lado de Margarita Molina, “la princesa Maya” como le digo de cariño, una bella mujer que lo acompañaba desde hacía tiempo. Sí, amó y se desató a tiempo para cerrar su vida con broche de oro.
Como sugería T.S. Eliot: “hay un tiempo para el anochecer bajo la luz de las estrellas y un tiempo para el anochecer a la luz de la lámpara (el anochecer con el álbum de fotos)”.
“El pasado, ese presente prolongado”, como decía Javier Rivas, nos sirve para entender las etapas de la vida y actuar siendo parte de la naturaleza que nos enseña cómo cada cosa se comporta en cada estación del año. Por eso, nos aventuramos en la juventud y adquirimos una cierta sabiduría en la vejez: “los viejos deberían ser exploradores. Aquí o allá, no importa donde. Debemos estar inmóviles y sin embargo movernos hacia otra intensidad, en busca de una mayor unión, una comunión más profunda, a través del frío oscuro y la vacía desolación, el grito de la ola, el grito del viento, las grandes aguas del petrel y de la marsopa. En mi fin está mi principio”, como decía T.S. Eliot en uno de sus Cuartetos.
Los poetas sacan a la luz lo que está en el fondo de las cosas. Nos llaman la atención de eso que tal vez no habíamos considerado, para reconocer que cada cosa tiene su lugar y su tiempo, aunque no quisiéramos que así fuese.
Incapaces de bajarse del escenario los vemos trastabillar, boquear en las reuniones, perder el sentido de la dignidad y del pudor como fantasmas deambulando por los pasillos del Palacio, sin impedir que siga haciendo y diciendo tonterías sin ton ni son.
Reconocer que nuestra hora en el escenario está por terminar y que podemos retirarnos satisfechos de lo que hayamos hecho —bueno, malo, regular, mucho o poco—, para aprovechar el tiempo y con el que nos quede libre, compartir nuestras experiencias, respirar aire puro, crear equivalentes a la OSY y, como dice la poeta Guadalupe Morfín en sus Relámpagos de la memoria “…sacudida por la inmensidad del cielo estrellado / agradecida de mover mis ramas / danzar / cuando el día es tibio /y los pájaros bajan a cantar…”