Juan Luis Parra
Ya todos vimos todo. No quedó nada por esconder. Lo de la elección judicial fue una farsa sin disimulo.
Una farsa con presupuesto, eso sí.
No era elección: era sentencia anticipada. El árbitro ni pitaba y el juego ya estaba arreglado. La “elección” sólo sirvió para mostrar el cuello, el cuello de esa bestia amorfa que es Morena y sus satélites.
¿Hay alguien que pueda derrotar a la bestia que ya mostró el cuello?
Los acordeones distribuidos en todo el país no coincidían entre sí, pero todos apuntaban a lo mismo: obedecer. Algunos estados pedían apoyar más a unos que a otros, y en otros, más descarados, se animaron a amenazar a los adultos mayores con quitarles los apoyos si no votaban.
¿Habrá sido idea de Sheinbaum? Puede ser. Pero que haya ocurrido muestra lo evidente: se les están descomponiendo las filas. El PT ya había levantado la ceja hace semanas; se sienten el hermano incómodo. Y ahora, para no variar, el Verde también anda haciendo sus cuentas. El monstruo que llevó a López Obrador al poder, y después a su hija política, empieza a fracturarse.
Del cacareado 13% de participación, ni hablar. Más del 23% de eso fueron votos nulos o en blanco. La realidad es más cruda: hubo, cuando mucho, un 8 o 9% de participación real. ¿Quién fue a votar? Pues los de siempre: las estructuras, los operadores, los que viven de eso.
Las elecciones en México son un negocio, una industria, y Morena es la cabeza de esa corporación.
Ahí no hay ideales, hay cuotas. Y si no hay pago, no hay operación.
El llamado “pueblo bueno” sabe bien cómo se juega esto. No es ingenuo. Antes de mover un dedo, preguntó cuánto tocaba esta vez. Y la respuesta fue un trancazo de realidad: Sheinbaum no tiene con qué. López se gastó todo, endeudó al país, y dejó la caja vacía.
¿Cómo le haces para mover al pueblo bueno sin efectivo? Pues no le haces. Porque cuando acostumbras a la gente a que le den de comer, y no le enseñas a sembrar, no puedes esperar que cosechen solos. Esa lección la están aprendiendo, y de fea manera, Andy, Luisita y hasta la presidenta.
La gente, sin billete, simplemente no se movió.
Pero no en todo el país faltó lana.
Quintana Roo fue la excepción.
Se documentó entrega de sobres con mil pesos y su acordeón adentro. Los billetes, nuevecitos, recién salidos del horno. Y aquí es donde vale la pena recordar por qué a López Obrador le decían “el rey del cash”. En marzo del 2024, durante los estragos del huracán Otis en Acapulco, habían entregado apoyos con billetes igual de mil pesos seriados recién impresos.
¿Coincidencia? No creo. Aumentar la masa monetaria para aceitar la maquinaria electoral no es estrategia nueva: es receta argentina. Y ahí están las consecuencias.
¿Sheinbaum desesperada sacando billetes frescos? No sería raro.
La 4T es muchas cosas, pero tacaña no es. Eso sí, la operación salió barata: esta vez sólo para garantizar los votos justos, los necesarios. Nada más.
Y lo que queda clarísimo es que quien sigue al mando es López Obrador. Sheinbaum es la presidente, pero el movimiento, ese sí, sigue siendo de él.
Por eso la vimos en sus mañaneras, convertida en lideresa de sección electoral, echando porras a su partido como si estuviera en una junta chafa de comité vecinal.