* Los acreedores del actual presidente constitucional de los mexicanos son muchos, de diversa tendencia política y constante voracidad económica; las facturas que pasan son onerosas, sólo midan cómo nos precipitamos en la decadencia por el pavor a hacer la Reforma del Estado
Gregorio Ortega Molina
Inquietantes observaciones de Héctor Aguilar Camín en sus textos sobre las deudas presidenciales, aunque en su propuesta de análisis debió profundizar. Queda corto en las consecuencias de la alternancia, tampoco establece el momento en que el sucesor dejó de tener un único dueño de su futuro.
La “familia revolucionaria”, como propietaria del poder y la sucesión presidencial, existió, puso casa en el PRI con sus distintas nomenclaturas. Quizá pueda establecerse que las herencias presidenciales fueron una práctica política desde el momento en que Lázaro Cárdenas del Río subió a un avión, con destino a Los Ángeles, California, a Plutarco Elías Calles; necesitaba recuperar y ejercer su poder, requería desbrozar el camino a Manuel Ávila Camacho. Los presidentes constitucionales que tuvieron la capacidad de heredar la silla del águila, también legaron una carga anímica que imponía en los beneficiados un sentimiento de deuda: el presidente saliente ganaba las elecciones para su sucesor.
Esa mecánica sucesoria estalla en pedazos cuando Carlos Salinas de Gortari, en su avidez de poder, catafixia su sentimiento de deuda y el poder de la familia revolucionaria, por la legitimidad que le aseguran el PAN y los prelados católicos mexicanos. Se trastoca el mundillo político, porque la praxis resumida en presidente-deudor, se transforma en otra distinta, muy distinta: acreedores-presidente constitucional.
Si antes el presidente mexicano debía negociar las decisiones sobre las políticas públicas en un ámbito de élite y cerrado, Carlos Salinas, obsesionado por su legitimidad, inicia la paulatina cesión del poder presidencial a la oposición (que obtuvo la alternancia) y a los poderes fácticos, sólo recuerden esa ventaneada cena donde pidió cuotas a los empresarios para que el PRI permaneciera en el poder, al menos de 1994-2000.
Los acreedores de Vicente Fox fueron los panistas que se sentaron a la mesa de negociaciones poselectorales que permitieron a Salinas un respiro.
Facilitará comprender el hecho la lectura del libro de Martha Anaya: 1988: año que calló el sistema. En cuanto se hizo pública la respuesta foxiana proferida en la sala de prensa de Los Pinos, debimos saber, los mexicanos, el tamaño del dislate político cuyas consecuencias pagamos: ¿Y yo por qué?
Pero, a pesar de compartir el poder con la señora presidente Marta Sahagún, supo cumplir y ganó las elecciones para Felipe Calderón, aunque hay que decir que AMLO ayudó a perder su propio encanto, al callar a la chachalaca y al adueñarse de Reforma. Dividieron al país, hasta hoy.
Los acreedores del actual presidente constitucional de los mexicanos son muchos, de diversa tendencia política y constante voracidad económica; las facturas que pasan son onerosas, sólo midan cómo nos precipitamos en la decadencia por el pavor a hacer la Reforma del Estado.