Por Alejandra del Río Ávila
En el México de hoy, el cinismo ha dejado de ser una herramienta de supervivencia política para convertirse en una estrategia institucionalizada. Esta semana, Morena volvió a escupirle al rostro de la ciudadanía, su desprecio por la ética pública al intentar desvincular, sin rubor alguno, al Líder de su partido en el Senado, quien fuera exsecretario de Gobernación y en su momento Gobernador de Tabasco, Adán Augusto López Hernández, de las graves acusaciones que pesan sobre su colaborador y amigo cercano, Hernán Bermúdez Requena, nombrado por Adan Augusto, Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana de Tabasco, hoy con ficha roja de búsqueda internacional, emitida por la Interpol, por sus nexos con el grupo criminal, denominado “La Barredora” ligado al Cártel Jalisco Nueva Generación, entre los muchos crimenes que se le suman a Bermúdez Requena, evidentemente el Huachicoleo Fiscal, que parece ser el crimen de este gobierno, cuando de acuerdo a los compadres de Tabasco, ya había desaparecido en el sexenio de López Obrador, además de desapariciones forzadas, en su tiempo como Secretario de Seguridad estatal.
Los vínculos entre López Hernández y Bermúdez Requena no son una construcción mediática ni una elucubración de la oposición. Son hechos documentados y reiteradamente celebrados por el propio Adán Augusto, quien no dudó en llamarlo “su hermano en la causa” y le confió el manejo de una de las áreas más sensibles del estado: la seguridad pública. El ahora prófugo fue, durante años, uno de sus hombres de más absoluta confianza. Y sin embargo, ahora que los reflectores apuntan hacia la podredumbre en el gabinete tabasqueño, el partido guinda pretende lavarse las manos con una rapidez y torpeza dignas de una tira cómica, un encubrimiento que hiere de muerte la ya de por sí frágil confianza ciudadana y pone el último clavo al ataúd de la confianza en la llamada. cuarta transformación.
¿Dónde están las investigaciones rigurosas? ¿Dónde la voluntad política para deslindar responsabilidades, caiga quien caiga? Lo que vemos es una maquinaria de protección que busca minimizar el escándalo, desviar la atención, Y lejos de mostrarse indignado, el aparato político se moviliza para blindar a su encumbrado político aún en funciones en e4l Senado. Este silencio cómplice es tan condenable como los crímenes mismos.
Morena, el partido que prometió acabar con la corrupción, se ha convertido en una fábrica de impunidad. Uno a uno, los casos de corrupción, nepotismo y abuso se van acumulando en su expediente, mientras la narrativa oficial insiste en que “no somos iguales”.
¿No son iguales? Entonces, ¿por qué se protege a personajes como Bermúdez Requena? ¿Por qué no se ha exigido una investigación a fondo de las redes de complicidad dentro de la administración de Adán Augusto? ¿Por qué, en lugar de señalar responsabilidades, se insiste en la defensa férrea del silencio y la negación?
Este caso también lanza un mensaje peligroso: que los delitos cometidos por servidores públicos pueden ser perdonados si se tiene la protección del poder. Que la justicia en México sigue siendo selectiva y subordinada a la voluntad política del momento. Que las promesas de transformación no eran más que un eslogan electoral vacío.
Morena ha pasado de ser un movimiento de esperanza a una maquinaria de control y simulación. La defensa de Adán Augusto frente a la caída de su protegido es un recordatorio brutal de que el poder no redime, corrompe. Y que en la lógica del partido en el poder, la lealtad importa más que la legalidad, y el encubrimiento más que la justicia.
Las implicaciones para nuestro país son devastadoras. Si el partido en el poder, el que se ostenta como la encarnación del cambio, es incapaz de limpiar su propia casa, de castigar la corrupción en sus propias filas, ¿qué mensaje estamos enviando a la sociedad? Estamos validando la impunidad, legitimando las redes de complicidad entre el poder y el crimen, y condenando a México a un futuro donde la ley del más fuerte, la del corrupto, seguirá imperando.