MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
México no cambió ni cambiara en el corto y mediano plazos. México es el mismo país con sus problemas, conflictos, con sus pobres y ricos, con los mismos etcéteras y escenarios del inicio del largo fin de semana que corría el riesgo de entramparse en el domingo de comicios.
Porque, hay que citarlo a riesgo de ser apedreado por el revanchismo cibernético, no le dijeron a esa ciudadanía que se volcó al festejo en el Zócalo de la Ciudad de México, que la oferta de campaña no se cumple de un día para otro, que, por ejemplo, los siete millones de ninis no recibirán esta semana el dinero ofrecido ni la reforma educativa se desactivará como si de apagar el control de la televisión se tratara.
México es el de nuestros días como consecuencia de toda una larga tarea de gobierno, califíquele usted como quiera y endósele los milagros que desee, que ha logrado otorgar status de una sociedad que superó inercias y prácticas de proteccionismo comercial que beneficiaba a un puñado de capitanes del dinero, de cuyo núcleo sobreviven algunos y otros son herederos.
¿Alguien sabe qué fue el GATT y por qué devino en TLC? Preguntas elementales que no se responden puntualmente, salvo para darles el sello emblemático del neoliberalismo, a cuyos defensores y practicantes han satanizado. En fin.
Pero, retomemos el tema. Hubo quienes se fueron a dormir con la convicción de que habían vencido al enemigo, no al contrincante en la arena electoral, que sometieron a quienes los llamaron despectivamente chairos o pejezombies. Y amanecieron con la misma convicción.
También aquellos personajes, hombres y mujeres que crecieron en una línea política y se encumbraron en partidos a los que ahora desprecian, a los que, incluso, renunciaron en la víspera, cuando estimaron que ahí no tenían más futuro y, con palabras huecas y cínicas, se despidieron para echarse en brazos del que corría adelante en la preferencia del voto.
Cómo no calificar traidores y desleales a estos políticos que traicionaron una militancia y fueron desleales a un acuerdo que los hizo candidatos para luego declinar e irse con el vecino de enfrente que ofrece el maná.
Y se han convertido en el lastre del que tarde que temprano el nuevo equipo en el poder, habrá de deshacerse porque su existencia frena proyectos y programas, toda vez que no son ni serán confiables. La máxima: el que traiciona una vez, traiciona dos…
¿Quién les creerá mañana? ¿Quién votará por ellos? Apostaron a la endémica amnesia política de los mexicanos que todo lo perdonan y todo lo detestan, que guardan rencores y cobran facturas acicateados por el hartazgo de lo que aprobaron y admitieron una y otra vez, hasta que les llegó el espejo de sus aspiraciones dotado de la maravillosa e impune posibilidad de prometer, porque prometer no empobrece.
Así, al amanecer del primer lunes de julio y con la resaca de eso que llamaron fiesta cívica cuando se trató del elemental escenario de los dos estados de ánimo de una contienda en la que no hay medianías porque, como en las peleas de gallos, el que ganó, ganó, y el que perdió, perdió, México no había cambiado por obra y gracia de la oferta de un triunfador de la elección.
Cambió, sí, el status de los pesos y contrapesos de los partidos políticos, de su estructura en el nivel superior, porque las masas, es decir, los militantes que llenaron estadios, plazas y auditorios, amanecieron con sus mismas necesidades aunque con la esperanza de que, ahora sí, alguien les cumplirá, a pie juntillas, la oferta de campaña.
Pero, bueno, hay que admitir que por lo menos amanecieron con una renovada esperanza, aunque protagonistas del que se antoja un largo proceso de recomposición social.
En este tenor, mensajes cuya autoría desconozco y desde la noche del domingo último circulan con vastedad en redes sociales, entre broma y veras ilustran un asunto que pareciera pueril pero no lo es tanto, consecuencia del proceso electoral.
“Quiero decirles que acabo de recuperar el control de mi cuenta de WhatsApp… un hacker la usó por 6 meses más o menos diciendo cosas feas de nuestro futuro señor presidente (Andrés Manuel López Obrador)…”, cita uno de ellos.
Otro alude a ese camaleonismo político que también se conoce como oportunismo: “No tardan en salirle parientes falsos a mi tío Andrés Manuel”.
¿Qué harán quienes descalificaron e insultaron a López Obrador, algo bien diferente a la crítica sustentada y el análisis de contenidos o la discrepancia natural en temas y posturas políticas?
¿Qué harán ahora los censores de los medios públicos y privados de comunicación que a los reporteros instruían bajarle nivel a la información relacionada con Andrés Manuel?
Es evidente que dueños y altos funcionarios de dichos medios no estimaron un triunfo previsible reflejado en las poco creíbles encuestas, pero al final mediciones de tendencias de preferencia del voto.
Otros otearon un final cerrado y, en efecto, se curaron en salud por aquello de las dudas y emprendieron una tarea harto difícil, para sus fines empresariales y de negocios por inercia histórica. Incluso opinadores de recalcitrante antilópezobradorismo que, de pronto se volvieron melosos y pueriles.
En fin, un escenario de amanecer del nuevo día, del ahora resulta con elemental praxis de la mascarada, del cambio de casaca que da pena ajena, de aquellos que tendrán mil argumentos para justificar su nueva forma de caminar. Respeto a los de una pieza y firmes convicciones, a los que no abandonan el barco ni cambian banderías, que asumen con orgullo la derrota y no se andan con medias tintas en sus opiniones y análisis. Al César lo que es del César… Conste.
sanchezlimon@gmail.com
www.entresemana.mx
@msanchezlimon