CUENTO
Airrish era un joven que, para tratar de escapar de su vacío y soledad infinita, había decidido venir a visitar el planeta Tierra.
Sentado sobre una estrella fugaz, Airrish, con su walkman colocado en su cintura, había viajado durante varios meses. Durante su viaje, sus ojos, eternamente tristes, habían mirado a muchas estrellas brillar, bailar y sonreír…
Airrish, con su eterno dolor interior, hacía ya mucho tiempo que se había resignado ante su destino: él jamás podría sonreír, brillar y bailar, como aquellas miles de estrellas lo hacían. Los planetas, a su paso, alzando el brazo, lo habían saludado.
Pero él, de tan absorto que estaba en sus pensamientos, en lo absoluto notó aquellos saludos de cortesía. Sus ojos, mirando todo el tiempo hacia el frente, de cuando en cuando se le nublaban.
Pequeñas partículas de polvo, provenientes a algunos ex cuerpos humanos, hacían que el joven tuviese que lagrimar, ahora y después. Su cuerpo, tan hermoso y suave como una brisa de viento, se mantenía quieto sobre su lugar.
La estrella fugaz, sobre la cual viajaba Airrish, era muy distinta en personalidad. Ella, a diferencia de Airrish, todo el tiempo se la pasó devolviendo los saludos que sus demás compañeras le hacían a su paso.
“Hola, Estrella Fugaz. ¿Hacia dónde te diriges esta vez?”, le preguntaron en repetidas ocasiones algunas estrellas a la estrella sobre la cual iba sentado el joven Airrish. Y ésta, amablemente, siempre volvía a responder lo mismo: “Voy a la tierra, a llevar a este muchacho…”
El viaje continuó y continuó… Airrish, en su interior, no guardaba ninguna expectativa del lugar al cual ahora se dirigía. De entre tantos planetas que había y existían en el espacio, un día, luego de pensarlo por mucho tiempo, decidió que sería la Tierra donde iría a explorar un poco.
Y ahora hacia aquí se dirigía. Sentado sobre aquella fugaz, Airrish, trató y se esforzó en no recordar su pasado. Su hogar, un planeta situado a miles de millones luz, era un lugar del cual había decidido “huir”, tan solo para tratar de olvidar así un poco su vacío espacial y existencial.
Después, cansado por haber estado sentado durante varias horas, Airrish, adoptando una posición fetal, se acostó sobre la estrella fugaz. Los planetas y los millones de estrellas siguieron pasando ante sus ojos.
Airrish, que tanta melancolía llevaba en su interior, hacía cuanto le era posible por saludar algunas veces a los asteroides, quienes también lo saludaban como los planetas y las estrellas. “¡Buen viaje, joven!”, le decían aquellos seres. Airrish, levantando apenas la mano, les respondía así: “Gracias”.
El joven continuó acostado un rato. Para llegar a la Tierra le faltaba varios días más. Su único alimento era la música. En su planeta, cuando fue niño, Airrish había soñado con ser muchas cosas, pero, más que ninguna otra cosa, lo que más había soñado ser cuando fuese grande había sido convertirse en compositor de canciones.
Pero, debido a muchas cosas que le fueron sucediendo a lo largo de su primera etapa de vida, Airrish, de poco a poco, fue renunciando a todos sus sueños. Y así, al cumplir veinte años, todo rastro por llegar a ser escritor de canciones, terminó esfumándose de su mente.
Ahora, para pesar suyo, cuando la estrella fugaz cruzó frente a Mercurio, Airrish sintió unas ganas terribles de llorar. Y es que, sus ojos habían contemplado la imagen de un niño, que, de manera muy hermosa, abrazaba a un hombre que seguramente debía de ser su padre.
Mirando cómo el niño abrazaba y le sonreía a aquel hombre, Airrish, inevitablemente, sintió que un cuchillo se le clavaba hasta lo más hondo de su corazón.
Porque sabía que él jamás podría hacer lo que el niño, nunca pero nunca jamás.
Por lo tanto, al darse cuenta de esto, en ese mismo instante, Airrish ordenó a la estrella fugaz que se detuviese. “¿Qué pasa?”, quiso saber ella. Airrish, invadido una vez más por su eterno dolor, a duras penas y pudo articular una respuesta. “Ya… Ya no… quiero… Ya no quiero ir a la Tierra…”
“¿Pero, por qué?”, quiso saber la estrella fugaz. Airrish, que ahora sentía el dolor quemarle todas sus entrañas, no quiso responderle. “Será mejor que regreses de donde eres”, dijo a la estrella fugaz después. “Yo me quedaré aquí…”
“¡Pero aquí no hay nadie!”, exclamó la estrella fugaz. “Marte siempre ha sido un lugar muy solitario”, añadió.
Airrish, alzando su rostro hermoso, trató de ocultarle así su dolor a la estrella fugaz. “¡Vete ya!”, dijo después. “Yo me quedaré aquí, donde no hay nadie…” “He comprendido que mi destino solamente es el de estar solo. Y ya no puedo seguir mintiéndome, creyendo que yo podría…”
Sin dejar de mirarlo, la estrella fugaz, intentó de adivinar lo que el joven no terminó de decir. Airrish, parado frente a ella, sentía que el dolor le quemaba todo su rostro. Ya no quedaba nada más qué hacer, y mucho menos nada qué intentar. Él lo sabía, que debía de rendirse, de una buena vez por todas, ante su destino.
Solamente haciendo eso podría al fin dejar de sufrir, como siempre lo había hecho durante toda una eternidad. SOLAMENTE OLVIDÁNDOSE DE SÍ MISMO, Y DE SU ANHELO INFINITO POR ABRAZAR A UN HOMBRE –COMO LE HABÍA VISTO HACERLO A AQUEL NIÑO- SU ALMA PODRÍA AL FIN… DESVANECERSE, como el brillo de una estrella fugaz que, después de atravesar el firmamento, cae muerta sobre la tierra, o… la mar…
FIN
Anthony Smart
Noviembre/10/2022