¿Que carajos pasa con esos profesores que no han entendido que la motivación es la mejor y más eficiente herramienta para entablar una relación con su alumnado? Tal vez algunos pocos docentes de educación básica lo hayan entendido, pero es notorio que en educación media este entendimiento es desolador, para infortunio de los adolescentes y padres de familia.
Y evitaré ahondar, por está ocasión, que en México cualquier pendejo con un certificado avalado por otros pendejos certificados está habilitado para ejercer, sin la menor duda, una supuesta vocación profesional (en un país con un deplorable, casi ausente, sistema de orientación vocacional).
Podemos comenzar con esos maestros que entran al salón, exámenes en mano, y declaran amenazantes ¡El examen está muy complicado!..
Igualmente esos profesores qué, llegando 20 minutos tarde para aplicar un examen declaran; ¡Apúrense, sólo tienen 30 minutos!..
Y que tal aquellos que se pasan acomodando pupitres y separando alumnos por espacio de 30 minutos, y luego otros 10 minutos dando indicaciones, no sobre el examen, sino sobre la consecuencias de una mala nota.
También los hay quienes se sientan frente a su escritorio y con voz pausada, apenas audible, más parecida a un arrullo, y comienzan un interminable dictado qué, por increíble que suene, ¡sacan del libro de texto!.
Los hay, algunos, que disfrutan de pasar ¡toda su clase! contando sus proezas y las de su prole en materia laboral, sus logros personales y las interminables, casi infranqueables luchas que gracias a “titánicos” esfuerzos superaron, representando a aquellos generales que se regodeaban con un medallero en pecho frente a la sufrida tropa.
Luego los profesores etéreos, más parecidos a seres espirituales, que todos ven llegar pero se desaparecen dentro de las escuelas.
O los maestros con el don de la ubicuidad, los que están en todos sitios, excepto dando clases en su salón.
Y no pueden faltar los profesores sadomasoquistas, los cuales se la pasan haciendo caravanas a otro maestro, que es un soberano pendejo, pero tiene un puesto en el sindicato o es pariente del dueño de la escuela.
No puede faltar, por supuesto, los maestros de panza rallada, que les mal hacen el trabajo a las maestras guapas, sean casadas, divorciadas, solteras o viudas.
Y que tal las maestras devoradoras de directores, especie muy parecida a las devora hombres pero mucho más huevonas, prepotentes y con aspiraciones de escalafón.
Encontramos a los maestros milusos, jóvenes profesores noveles que afanosamente tratan de congraciarse con sus pares realizando cualquier actividad posible o imposible, por más ingrata que sea la hazaña.
Desde luego no pueden faltar los catedráticos diplomáticos, si, aquellos que les dicen a sus pupilos “A mi no me preguntes, ese es tú problema”.
Los maestros laberínticos, aquellos profesores que enseñan ciertos datos, y en sus exámenes sus preguntas dan interminables rodeos para probar no sólo la capacidad de conocimiento adquirida del alumno sino también la capacidad de tolerancia a la frustración.
Igualmente existen los maestros argentinos, aquellos tan humildes que consideran que los autores del libro merecen la calificación de diez, ellos como maestros la calificación de nueve y los alumnos merecen de ocho hacia abajo.
Los profesores democráticos son aquellos que comparten con sus alumnos sus conocimientos por igual, por ejemplo; poniendo a los alumnos a revisar los exámenes de otros grupos durante su clase.
Los maestros 7×24, aquellos que dejan tareas para 24 horas y se pasan 7 horas revisándolas en sus horarios de clase.
Y por último los educadores rompebolas; aquellos que dejan tareas, proyectos, trabajos, los fines de semana y en las vacaciones de los estudiantes tan sólo para justificar al final de cursos, mediante el trabajo de otros, lo que no hicieron ellos mismos en su tiempo de clases.
Toda esta pléyade y otras tantas clases más que ejemplifican las deficiencias del ejercer educativo por frustraciones, complejos permeados y ausencia de vocación que finalmente son evidenciados en una labor desmotivante para los alumnos.
No importan los planes, las normas, las reformas, si el vínculo entre maestro y alumno no existe la enseñanza no sirve.
Por ello la importancia de motivar el aprendizaje y profundizar la relación entre profesor y pupilo, pero no como un condición cursi de agradecimiento, amor, añoranza o nostalgia, sino como un reconocimiento mutuo de una labor tan noble como es la transmisión del conocimiento.
Tampoco importa el nivel de educación, básica, media, media superior, universitaria, o incluso mayor, en la conexión maestro-pupilo siempre será esencial la motivación y el vínculo de un respeto mutuo que debe ser ganado y nunca pre-concedido.
-Victor Roccas