Magno Garcimarrero
Para no caer en los pasatiempos insulsos de “arrebatingas” y otros juegos que siempre dejan a alguien descontento, propuse la noche de año nuevo, un premio de cien pesos a quien contara la mejor anécdota, a juicio de la mayoría de los asistentes a la cena tradicional. Supuse que yo iría por el primer lugar, pero no fue así.
La anciana tía Elvia, contó la anécdota que mereció el premio, recordando lo sucedido a la tía Rosa. Lo comparto respetando textualmente su narración: “A la tía Rosa, le pasó algo chistoso: resulta que, a pesar de haber tenido varias hijas e hijos, no se cómo le hizo, porque era muy pudorosa y juraba que nunca se había desnudado, quizás por eso todos sus hijos eran prietillos, por que los fabricaron en la oscuridad.
Pero bueno, ya pasados los cincuenta años de edad, se enfermó… se enfermó “del aquellito”, pero se negaba que la viera un ginecólogo, dizque porque su educación no le permitía mostrar las partes que no había mostrado ni a su marido.
La cosa es que fue empeorando, hasta que sus hijos la convencieron de llevarla a Houston, Texas, donde no la conocía nadie ni de abajo ni de arriba. Las molestias de la enfermedad, contribuyeron para convencerse de hacer el viaje y allá fueron a dar a una clínica gringa.
Lo primero que tuvo que aceptar fue precisamente desnudarse y ponerse una bata de esas de hospital que nomás cubren por enfrente y dejan al aire los traseros.
Luego una enfermera le pidió que se hincara en un aparato que ella creyó que tenía cara como de reclinatorio de iglesia, siendo tan católica, creyó que le dirían que se encomendara a dios, pero no, ya hincada el aparto automáticamente la sujetó, se volteó y la empinó y, entonces la enfermera se le acercó con una brocha, jabón y rastrillo, y le rasuró el “aquellito”, la enjuagó con bastante agua y… Y nomás con eso se alivió y, la regresaron a México sus hijos sana y salva.”
M.G.