Por Mouris Salloum George*
Desde Filomeno Mata 8
Nada como el 68 en nuestra historia contemporánea.
Aunque no los hayan vivido -y porque no los sufrieron– hay quienes quiere revivir aquellos meses barbaros del tiempo mexicano.
De julio a octubre de 1968, la Ciudad de México estuvo tensa y justamente conmocionada. Hace exactamente 51 años se convocaba a La marcha de las antorchas, en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.
Diez días ante, sin embargo, algunos de sospechosa “militancia” en el Movimiento Estudiantil incitaban a los jóvenes a plantarse en el Zócalo metropolitano con la aviesa intención de provocar al Ejército. Todo se consumó el 2 de octubre.
Los combatientes del “anarquismo” encapuchado
La Plaza de la Constitución es nuestro tema: Después de la Matanza en la Plaza de las Tres Culturas, sólo hasta 1985 se dieron algaradas con la mira puesta en Palacio Nacional.
En 1 mayo de aquel año, dedicado a conmemorar el Día Internacional del Trabajo, el templete presidencial fue incendiado. Se atribuyeron la “hazaña” sedicentes anarquistas. Éstos tenían el valor de dar la cara.
Con esa denominación -como si hubieran permanecido años en la condición de células durmientes– los vándalos reaparecieron el 1 de diciembre de 2012 -esta vez encapuchados-, pero fue hasta el 9 de noviembre de 2014 cuando intentaron una operación mayor.
Ese día infiltraron la manifestación por la desaparición de los 43 de Ayotzinapa. Después de fugaces irrupciones en marchas de protesta social, alternaron sus objetivos atacando hace un año la rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). A mitad de esta semana lo volvieron a hacer.
En agosto pasado, los escenarios del disturbio fueron la Glorieta de Insurgentes y la explanada del Monumento a la Independencia, en la avenida de La Reforma. Días antes, la Plaza de la Constitución había sido tomada por representaciones campesinas emergentes.
Sobre la Plaza se lanzaron hace unos días los impresentables microbuseros de la Ciudad de México, exigiendo aumento de tarifas. Horas después, aparecieron normalistas traídos desde el lejano estado de Chiapas.
Fue el momento propicio: Desde los túneles del Metro, de entre los tendidos del plantón y mezclados con los transeúntes, surgieron los vándalos para azotar con palos y varillas a los policías militares que, desarmados, trataban de impedir que los manifestantes escalaran sobre los muros de Palacio, del que ha desaparecido ya el Estado Mayor Presidencial.
No vemos moros con tranchete. Observamos sólo que, como ejercicio de las libertades de reunión y expresión, como que se pasan.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.