Javier Peñalosa Castro
Mientras más vueltas le dan los que saben de esto al galimatías de impulsar una alianza contra natura entre el PAN, el partido de la derecha, y el PRD, que alguna vez fue el aglutinador de la izquierda mexicana, menos se ve por dónde podría prosperar semejante batiburrillo.
Para empezar, ambos partidos están puestos para ir en alianza con sus acérrimos rivales, aunque los dos esperan que tal alianza se dé tras la declinación del candidato ajeno en favor del propio. Por si fuera poco, la lucha al interior del PAN está desatada, y figuras de todas las tallas —desde Diego Fernández de Cevallos, Rufo y Madero… ¡Hasta Fox!— tienen metidas las manos tanto en el proceso de selección interna de su candidato presidencial como en una eventual participación en el Frente Amplio, que no lo es tanto, porque sólo PAN y PRD han alzado la mano hasta ahora, y ambos mantienen el veto abierto hacia el PRI y Morena (cosa que tiene sin pendiente a ambos partidos políticos).
Sesudos analistas aventuran lo siguiente de la segunda y la tercera fuerzas políticas (si tenemos en cuenta que los dos primeros lugares se los disputan hasta ahora Morena y el PRI): que el PAN respalde la candidatura de algún perredista a la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, posición que los postulados por el partido del sol azteca han ganado en las urnas desde hace exactamente 20 años, cuando en 1997 Cuauhtémoc Cárdenas se convirtió en el primer gobernante electo de la capital, y que sólo la debacle provocada por el secuestro de ese partido a manos de los nefandos Chuchos, aunada al avance irrefrenable de Morena, podría interrumpir.
A cambio, según estos sesudos opinadores, el PRD postularía al candidato que el PAN elegiría entre su imberbe dirigente, Ricardo Anaya, cuya familia reside en Atlanta, Estados Unidos, Margarita Hillary Zavala, esposa del inefable Felipe Calderón, el priista converso en panista y best seller de la industria editorial mexicana, Rafael Moreno Valle, y algunos otros suspirantes a los que se ven nulas posibilidades de disputar la candidatura presidencial, como Ernesto Ruffo, Luis Ernesto Derbez, Juan Carlos Romero Hicks y el góber precioso de Fox, Miguel Márquez, que ha llevado a Guanajuato a figurar como uno de los principales escenarios de las escaramuzas del crimen organizado.
Más allá de la incompatibilidad manifiesta de la ideología de estos dos partidos, llama la atención el “pragmatismo” que demuestran, al buscar única y exclusivamente el acceso al poder, sin que les importe si para ello dejan en el camino los principios, ideales y valores de quienes fundaron estas agrupaciones. Aparentemente, según los impulsores de esta ocurrencia, a un panista no le importará apoyar como gobernante de la Ciudad de México a un partidario de los matrimonios igualitarios y de la libertad de las mujeres para decidir sobre sus cuerpos. De acuerdo con este mismo enfoque, tampoco será impedimento para los perredistas apoyar un programa de gobierno basado en el neoliberalismo económico y que prosiga a aun se agudice el remate de los pocos activos que este tipo de desgobiernos han dejado al pueblo mexicano hasta hoy, como el petróleo.
Por supuesto, el ánimo aliancista expresado por la dirigencia de ambos partidos no ha recibido la aprobación unánime —ni mucho menos— de sus militantes y grupos de interés. Así, en el PAN Margarita Zavala dice que su partido puede ir solo en 2018 y ganar la Presidencia (pero deja entrever que sólo si ella es la candidata); Fox, injertado en chachalaca, lo mismo echa porras a algún priista, como Luis Videgaray, que promueve a ilustres desconocidos, como su valido Miguel Márquez, en tanto que Moreno Valle continúa con la promoción de su éxito editorial al amparo del INE, que ve en ello la más pura muestra de la libertad de expresión. En tanto, en el PRD, los llamados Bejaranos, encabezados por Dolores Padierna y su marido, el tristemente célebre René Bejarano, amagan con dejar el partido si se consuma este ayuntamiento.
Más allá de toda elucubración y de especulaciones sobre los alcances de tan cacareado “frente amplio democrático”, lo evidente es que PRI, PAN y PRD tienen un solo adversario a vencer: Andrés Manuel López Obrador, y que habremos de ver muchos movimientos —incluido todo tipo de alianzas, coaliciones y colusiones— para tratar de frenar su llegada al poder en 2018.
Muchos tenemos fresca la nefanda experiencia del voto útil, que se decantó por Vicente Fox en 2000, y que sólo sirvió para diferir el regreso del PRI al poder y la descomposición absoluta del sistema político mexicano. Ojalá que esta decisión fallida de infausta memoria permanezca en la mente de la mayoría de los electores, y que, así se les brinde otra opción mercadotécnica como lo fue en su momento para muchos la encarnada por Fox, recuerden los terribles efectos que puede tener una decisión a la ligera como ésa.
En suma, en la coyuntura que se avecina no está en juego el clásico “quítate tú para ponerme yo” ni se trata, peor aún, de optar por alguna propuesta de “que todo cambie para que todo siga igual”, al más puro estilo gatopardista, sino de impulsar un cambio verdadero y de largo aliento que permita reconstruir lo que queda del tejido social y volver a edificar el estado de derecho en el que se sustenta la nación.