Ricardo Del Muro / Austral
Los integrantes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), que mantienen un plantón en la Cámara de Diputados y bloqueos en por lo menos 20 entidades del país, amenazaron ahora con realizar una huelga nacional el próximo año y boicotear el Mundial de Futbol 2026, si el gobierno federal no atiende a sus demandas que, por el momento, se concentran en abrogar la reforma que desapareció el sistema de pensiones solidario.
La amenaza de boicotear el Mundial de Futbol marca un nuevo punto de quiebre para un movimiento que, lejos de generar simpatía social, se hunde cada vez más en la impopularidad. Aunque su narrativa insiste en que actúan “en defensa del pueblo”, sus métodos parecen sugerir lo contrario: convertir a la ciudadanía en rehén permanente de sus demandas, aun cuando éstas poco tienen que ver con la educación y mucho con negociaciones políticas y privilegios gremiales.
El reciente intento de tomar Palacio Nacional, que terminó con gases lacrimógenos y un operativo policial, abrió una nueva etapa en la confrontación con el gobierno. La CNTE, fiel a su manual, buscará presentarse como víctima y mártir de la libertad de expresión. Pero el episodio revela más sobre su estrategia que sobre una supuesta represión: se trata de una escalada calculada que busca presionar al máximo en un momento de alta visibilidad internacional para México.
La presidenta Claudia Sheinbaum acusó al magisterio radical de “hacerle el juego a la derecha”. Y, esta vez, no parece exageración retórica. La radicalización del gremio en plena coyuntura nacional beneficia a quienes buscan exhibir al gobierno como incapaz de contener conflictos internos. La CNTE, que históricamente ha utilizado el calendario político para amplificar su fuerza, parece haber encontrado su fecha ideal para golpear.
Hasta la fecha, los líderes de la CNTE han convertido a los ciudadanos en rehenes de su política de chantaje, mediante diversas acciones que van desde el paro en las escuelas básicas, el bloqueo de carreteras y aeropuertos, la toma y destrucción de edificios públicos, pero un eventual boicot al Mundial de Futbol, más que una demostración de fuerza, sería una acción casi suicida, profundizando aún más su desprestigio y convirtiéndolos en el principal enemigo de los mexicanos aficionados al futbol que son millones de personas.
Convertir el evento deportivo más popular del planeta en rehén de sus exigencias solo reforzaría la idea de que la CNTE está dispuesta a sacrificar al país entero con tal de obtener ventajas que no necesariamente mejoran la calidad educativa. El costo social sería enorme, y el impacto en su reputación, devastador.
Sin embargo, los hechos demuestran que la CNTE lo único que busca es obtener prebendas y beneficios económicos gremiales sin importarle el apoyo de los ciudadanos, convirtiéndose en el movimiento más impopular en la historia reciente del país.
Durante más de cuatro décadas, la Coordinadora ha sido una figura omnipresente en el escenario educativo y político de México. Nacida en 1979 como una escisión del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), la CNTE surgió con la bandera de la democratización sindical y la defensa de los derechos laborales del magisterio. Sin embargo, con el paso del tiempo, su protagonismo se ha desdibujado de sus ideales iniciales y ha terminado por convertirse en un obstáculo persistente para el mejoramiento de la educación básica en el país.
En las entidades del sur del país, donde la CNTE tiene sus mayores bases de apoyo, se presentan los niveles más bajos de aprovechamiento académico. El grado promedio de escolaridad de la población de 15 años y más, de acuerdo con datos del Inegi, en Chiapas es de 7.5 años, en Oaxaca de 7.9 años y en Guerrero de 8 años, los tres abajo del promedio nacional que es de 9.7 años.
Es difícil no establecer una correlación directa entre la alta conflictividad sindical y el bajo rendimiento escolar. Mientras la CNTE ocupa las calles de la Ciudad de México, los alumnos pierden horas valiosas de clase que jamás se recuperan del todo, perpetuando así el círculo vicioso de la marginación y la ignorancia.
La CNTE nació como respuesta al “charrismo” del SNTE, que en su momento representó Carlos Jonguitud Barrios (1974 – 1977) pero en la práctica ha reproducido muchas de sus formas más autoritarias y corporativas, aunque con un discurso “de izquierda” o populista. La diferencia está más en el estilo y la retórica que en el fondo: en ambos casos, el poder sindical se antepone a la educación de los estudiantes.
Aunque se presenta como independiente, la CNTE ha desarrollado una estructura interna rígida, autoritaria y clientelar, donde el liderazgo controla plazas, promociones y decisiones escolares en sus regiones, particularmente en estados como Oaxaca, Guerrero y Chiapas.
Este poder corporativo ha frenado cualquier intento de modernización educativa. Mientras otros países discuten sobre innovación, pensamiento crítico y habilidades digitales, en muchas escuelas controladas por la CNTE las clases se suspenden para asistir a asambleas o movilizaciones, y los recursos se destinan a sostener estructuras sindicales que operan sin rendición de cuentas.
La CNTE ya no representa a los maestros comprometidos con la enseñanza, sino a una élite sindical que ha hecho del chantaje su principal herramienta de negociación. En nombre de la “resistencia magisterial”, esta organización ha bloqueado reformas, obstaculizado la evaluación docente, boicoteado ciclos escolares y dañado gravemente el derecho a la educación de millones de niñas y niños. RDM




