Francisco Gómez Maza
• El pequeño bufón del presidente, como el payasito de la revista
• La obsesión por López Obrador, lo hace su primer propagandista
Enrique Ochoa Reza me recuerda a un compañerito que decíase periodista, pero su papel era ser el bufoncito del director general de la revista… Muchos ya descubrieron a quién me refiero como bufoncito y a quién me refiero como director general.
Aquel payasito inclusive le hacía cosquillas al director. Se paraba, brincaba, subía, bajaba, hacía piruetas, se empinaba y le contaba malos chistes, muy malos chistes. Pobre payaso. Terminó de achichincle, de correveidile de empresarios seudo periodísticos y dicharachero en la televisión.
Enrique Ochoa Reza se parece a aquel bufoncito. El de la revista, el encargado de quitarle el mal humor al director. Además tiene facha de payaso. Es el doble de aquel maravilloso Clavillazo – pobre José Antonio Hipólito Espino Mora, qué culpa tendría – como la cara de mi querido compañero Jami, un bulldog francés, es la cara misma del marido de Frida, el gran muralista Diego Rivera, gracias al cual la bella chilanga, que sufrió horrores durante su vida por las secuelas de la polio y graves problemas de columna, se hizo famosísima (también por el feminismo en busca de heroínas).
Y Ochoa Reza no niega la cruz de su parroquia. Es congruente con la melilotez. Óigalo hablar con esa voz engolada de lirones del PRI en entrevistas con periodistas, o ante los acarreados que dicen que son miembros del PRI, o en el auditorio Plutarco Elías Calles. Simplemente da risa. Es la contradicción misma. Se deshace por ser el adulador más arrastrado del presidente Peña y vive aterrorizado con el apellido López Obrador, que su consciente enfermo ha recortado a López porque así cree que ofende al candidato de Morena.
Pero el López es su obsesión. López al despertar, López en la regadera, López en el vestidor, López en el desayuno, López en la prensa, López en la Radio, López en todos los asuntos de su inteligencia emocional como bien la define Daniel Coleman. Tanto, que se ha convertido en el primer propagandista de López (induciendo el voto a favor del tabasqueño), sin que JJRendón, el payaso de las bofetadas (León Felipe, el poeta trasterrado, scripsit), pueda descifrar ese fenómeno de la comunicación (incomunicación) política. Casi, casi comunicación esotérica, espiritista.
Con el PAN no tiene problemas, aparentemente. Menos con el PRD, o con los pedacitos de partido como el verde o el nueva alianza. No. Su obsesión es López Obrador. Ni siquiera Morena, el partido del tabasqueño.
Y sufre más el pobre taxista porque López, como él le dice, se lleva de calle a los candidatos del PAN, Ricardo Anaya, y al del suyo, el Ciudadano Midi. Y curiosamente, Ochoa Reza no parece preocupado de que el ex secretario del gasolinazo vaya en la cola. Confía en que el gobierno de Peña invertirá millones de dinero que no es suyo para comprar los votos con que Midi se cruce la banda presidencial por encima de “López”, el próximo primero de diciembre.
Pero de todos modos Ochoa Reza no confía ni en sí mismo. Y tiene que agarrarse de algo como la adulación rastrera a Pena, de quien dice que es el paradigma del priismo nacional, un priismo que sólo existe en tiempos electorales, porque pasando éstos las oficinas del tricolor lucen vacías. Lo que a Pena le importa un pito, más ahora que está a punto de cambiarse de residencia de Los Pinos a la Casa Blanca.
Pero Ochoa Reza sí confía en la corrupción de la clase política priista y, gracias a ello, está seguro de que su candidato (aunque no creo que sea su candidato porque Peña se lo impuso no siendo priista, ¿o se lo impuso la Casa Blanca, la de Washington, a Pena?) ganará la elección del primero de julio, a pesar de que no sea de las simpatías y preferencias electorales ni de los propios priistas.
Pero la magia de la corrupción lo hace todo. La magia de los viejos mapaches del PRI. Y de los nuevos, que ya no son discretos como aquellos, sino más cínicos que una sexoservidora en el malecón de Tlalpan.
Con todo, debe de ser verdaderamente un martirio ser codependiente de un concepto, de una idea, de una realidad. Como se puede ser codependiente del alcohol, o de las drogas ilegales, o del tabaco, o del sexo. Y Ochoa Reza vive y muere por ese concepto, esa idea, esa realidad, que es Andrés Manuel López Obrador, por quien vive y muere. De quien pareciera estar enamorado por aquello de que del odio al amor sólo hay un pasito. No estoy diciendo que le guste beber el arroz con popote.
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