· Un capital subversivo
· La fábrica de pobres
No es tan sencillo, tan simple, como lo plantean los economicistas.
La crisis económica no va a permitir “fortalecer” un mercado interno inexistente, sobre todo cuando se ha comprobado que el fondomonetarismo, el neoliberalismo, lo ha destruido con la globalización y el sistema en realidad se volvió una muy bien engranada fábrica masiva de pobres.
En la economía casino – y toda la economía es un gran palenque de gallos – lo que importa a los jugadores del reducido grupo de especuladores es el dinero fácil a costa de lo que sea hasta poner en subasta a la propia madre.
Afirman quienes saben que, para darle poder al mercado interno – el conjunto de transacciones de bienes y servicios que ocurre dentro del territorio nacional – se requiere más que de las medidas anticíclicas, que van de fracaso en fracaso en el mundo.
Para sustituir importaciones tiene que haber con qué sustituirlas. Y en la planta productiva nacional muchos sectores dependen de las compras en mercados exteriores, particularmente en los dominios del dólar, el mercado estadounidense.
El talón débil de la sustitución son las materias primas y la maquinaria y equipo que requiere, para producir, el aparato nacional. Cosas que no se pueden producir en México menos con la sustitución de compras en el exterior.
El modelo neoliberal ha promovido la liberalización comercial y financiera de los mercados nacionales. La producción para el mercado interno fue abandonada a favor de una política de privilegiar la producción para la exportación, convertida en la base fundamental de la valorización del capital.
Bajo la idea de un mercado sin fronteras, este modelo provocó la internacionalización del mercado interno y abrió las puertas de éste a todos los competidores terminando por desplazar a los capitales nacionales más débiles.
La apertura comercial y financiera produjeron una reestructuración productiva, que dio lugar a que las cadenas mundiales de producción de valor terminaran absorbiendo a estructuras productivas nacionales, con el consiguiente debilitamiento del papel de productores de no pocos sectores.
En su afán de maximizar ganancias, sectores importantes del empresariado abandonaron cualquier pretensión de un proyecto de desarrollo capitalista nacional, y se sumaron a las cadenas productivas globales, e incluso a la especulación financiera.
La intensa competencia impulsó el enriquecimiento de unos sectores, pero el deterioro de otros, así como una mayor vulnerabilidad generalizada. Buena parte del mercado interno se informalizó por las enormes desventajas fiscales, crediticias, de persecución y terrorismo financiero y fiscal, y es ahora fuente de empleo para una parte importante de la población económicamente activa. Y la pobreza se expandió.
Imposible así fortalecer cualquier mercado interno que prácticamente está en manos de la oferta de bienes y servicios producidos por empresas globales, principalmente de origen chino.
Se requeriría impulsar inversiones productivas autóctonas, protegiéndolas de la invasión de productos extranjeros basura, como todo lo que envía la economía china a nuestros mercados. Pero esa política parece, hoy por hoy, una utopía. Hasta el mercado de los combustibles, como las gasolinas, en cualquier momento estará en manos de empresas extranjeras con lo que queda roto el vínculo de oferta y demanda internas.
Si operara el clásico mercado interno sería condición sine qua non incrementar el poder de compra de las clases trabajadores, en un ignominioso deterioro desde hace cuando menos tres décadas. Sin embargo, tampoco esta medida nos sacaría de la crisis, si no se atempera la invasión de productos y servicios inservibles provenientes del exterior, una sustitución de importaciones chatarra o basura. Ya ni siquiera pensar en tecnologías de punta para aumentar la productividad, condición igualmente para crear un mercado interno. A los aperturistas se les fue de largo la mano.
Y lo más grave es que los actuales conductores de la política económica no tienen ni idea de qué hacer, más que seguir los mismos dictados de los amos de Washington. Y la política fiscal no resuelve ni siquiera los requerimientos del gobierno, dañando seriamente a las pequeñas y medianas empresas y a pequeños emprendedores, que son los mayores creadores de empleos, aunque sean malpagados.
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